Reflexionando a fondo se puede leer lo invisible, aunque hay que mirar, escuchar, y hasta gustar y palpar… caray. Aunque, ¿se hace o no? Sospecho que sí, pero uno siempre mira lo mismo, escucha lo mismo, etc. Dondequiera que sea resulta monótono comerse todos los días una ensalada de prejuicios, ideas y convicciones cantando el himno de la verdad y haciendo girar los pedales de la monotonía en una bicicleta estática.
A mí me gusta mirar hacia todos los lados y ver qué puede sorprenderme. Es la salsa de la vida, pues si uno que está vivo hace lo mismo que cuando esté muerto, no le veo la gracia por ningún lado. El caso es que las cosas que se pueden ver, y que pasan inadvertidas, son profusas; aparte, nos proporcionan la información de que nada ocurre por casualidad, de que todo está interrelacionado y que todo tiene una finalidad que escapa al conceptuar humano. En fin, que todo son coincidencias, pero muchas personas confunden la coincidencia con la casualidad.
Son cosas diferentes e incontrastables. Coincidencia es una simultaneidad entre dos o más hechos o situaciones que parecen indicarte un camino a seguir. Es más, te llevan directamente ahí, si te dejas llevar, claro está. Es como si alguien estuviera interesado en que vayas por ahí precisamente.
La casualidad no existe, pues sigue siendo una coincidencia que no se percibe como tal, ni como nada, más a menudo de lo que parece. Aunque sí es una causalidad, es decir, un efecto labrado antes en una causa, por mucho que se niegue y se quiera demostrara lo contrario. Ahora bien, por la cuenta que nos trae será mejor labrar con conocimiento de causa… y nunca mejor dicho.
El hecho es que, muchas veces, no vemos que alguien o algo parece estar interesado en nosotros de una manera concreta, incuso que no deja de hacer algo en nuestro favor, aunque este no se perciba o no se entienda. Algunas personas lo llaman milagro y otras lo llaman casualidad. Igual que unos llaman a las fatalidades aprendizaje y otros no pasan de echar chispas por la mala suerte. Son matices del pensar humano.
En 1986 sufrí mi primera crisis existencial, siendo desbordado por la ansiedad y una depresión de las que hacen historia. Un tambaleo sentimental y económico (el primero de una serie de ellos). Si bien este tipo de tambaleos impiden que te duermas en los laureles en cuanto a despertar. El caso es que por estas fechas me encontraba en Madrid realizando un curso de entrenadores deportivos, y aunque apenas salía del recinto donde se daban las clases, un compañero me pidió que lo acompañase a una librería para comprarse él un tratado de fisiología deportiva.
Curioseando, encontré un libro: "Los tres pilares del Zen" de Philip Kapleau. Me fijé en él, pero nos marchamos sin que yo lo comprase. Al día siguiente me encontraba bastante mal, pues estaba acatarrado y deprimido. Decidí irme a comer en solitario después de las clases de la mañana. Pero me di cuenta de que no llevaba dinero encima, ni tarjetas de crédito. Además los bancos ya habían cerrado.
La evidencia no me bastó, y llamé a la puerta de una oficina, pero no me abrieron. Me tomaron como el estrangulador de Boston, no sé si por que hacía mala cara, llevaba la barba sin afeitar, gafas de sol, un chándal y una bolsa de deportes con un lanzacohetes dentro, supongo que en opinión del guardia de seguridad. Y reconozco que tenía pinta de mal pronóstico, pero eso era lo de menos.
El panorama era que ese día no iba a comer y, siendo que los catarros no me quitan el hambre, sino todo lo contrario, se me ocurrió ir caminado a un centro comercial que quedaba a casi tres kilómetros de donde me encontraba. Corría un viento cálido que me hacía transpirar, pero no echarme atrás.
Como era cliente del centro comercial solicité una tarjeta provisional. Comí y luego, ya recuperado de mi debilidad visceral, fui a echar un vistazo a la sección de libros. Lo que no sabía yo era que iba otra vez a darme de narices con el mismo libro. Y tuve la osadía de, por segunda vez, no comprarlo. En serio, los seres humanos solemos asistir a la procesión de la repetición, pero a veces uno se salta la regla, aunque en mi caso todavía no.
Casi al final del curso, un compañero (el mismo que la vez anterior) y yo, fuimos invitados a una cena. Íbamos en taxi y nos vimos envueltos en un atasco. Así que nos apeamos dos o tres manzanas antes del lugar al que nos dirigíamos y continuamos a pie. ¡Y vaya! Pasamos por la librería que por primera vez había visto el susodicho libro, antes de que cerrasen.
Mi amigo me dijo que aprovecharía para recoger su libro de fisiología, puesto que la vez anterior no lo tenían disponible y lo había encargado. En cuanto al mío, es decir, al que me perseguía, de una forma enigmática, ¡lo compré! ¡Lo juro! Esta vez algo me dijo que o compraba el libro de Zen o tendría pesadillas de por vida. Y a pesar de haberlo comprado las tuve, pues eso forma parte del aprendizaje. O dicho de otro modo: que hay que arrimar el hombro.
Todavía conservo el libro y lo habré leído unas cuarenta veces. De veras. Pero la historia no acaba aquí, ni mucho menos. Unos años más tarde, unos alumnos míos compraron una nueva edición del mismo libro, pero debieron de calcular mal, ya que compraron uno de más. Resulta que yo había perdido la primera edición, en una mudanza, pero nadie lo sabía. Así que me lo regalaron. De pura ironía, dos años después, encontré el viejo libro, algo ya harto previsible para mí.
En resumidas cuentas, que alguien me debía de estar gritando algo así como: "O te pones a meditar o te voy a dar la coña hasta el día del juicio final". Pero la génesis de las coincidencias no estaría completa sin otra historia que, para colmo de coincidencias, también tiene que ver con un libro. ¿Será que no les tengo alergia? Lo digo porque para una gran mayoría las letras vienen a ser desconocidas.
Este libro lo recibí por correo, (creo que fue la primera y única edición en español, no estoy seguro). El título era: "El no hacer" y su autor Itsuo Tsuda. La diferencia esta vez fue que lo adquirí a la primera. Pero no lograba entenderlo ni por asomo. Recuerdo haber acogido la frase "movimiento regenerador" con la sensación fastidiosa de estar ante un jeroglífico, sobre todo, cuando la leía en japonés: Katsugen Undo. Y eso que ya estaba familiarizado con la nomenclatura japonesa.
Acabé por arrinconarlo en una estantería, si bien no lograba quitarme el gusanillo. Algo me decía que tenía que descubrir aquello, pero no sabía cómo. Bueno, el caso es que el libro en cuestión seguía en la estantería. Naturalmente nuevas coincidencias empezaron a rondarme, y de vez en cuando aparecía sobre la mesa del escritorio o en el sofá como por arte de birlibirloque.
Lo achacaba a que había sacado de la estantería algún otro título con prisas y que probablemente se habría caído, o vete tú a saber. Tampoco me apetecía ponerme a perseguir los duendes que mueven libros de sitio. El caso es que lo releía, una y otra vez, sin enterarme de nada y luego devolvía el libro a la estantería. Me era de sumo interés, si bien aún no podía apreciar la razón. Ni agudizando el ingenio. Pero me quedaba abrirme a lo que estuviera por venir, aunque tardase.
Al cabo de unos años fui a una tienda deportiva para comprarme un kimono, la cual no solía visitar mucho; de hecho, hacía mucho tiempo que no. En el mostrador ponían a veces folletos con información de algún curso, que solía curiosear cuando iba allí, pero no esta vez… porque tenía mucha prisa, la que tenemos por ser esclavos del tiempo, sin enterarnos, sin experimentar, sin gozar de la existencia eterna, o sea, sin lo que se diría no-tiempo.
Total, que salí de la tienda, pero necesitaba apuntar algo en un papel, por lo que entré otra vez con la idea de coger un folleto y usarlo para escribir. No corras que viene curva. El folleto anunciaba un curso del tema del cual hablaba el libro, lo que jamás había visto en aquella tienda ni en ningún otro lugar. Y, en efecto, parecía estar esperándome, aunque suene demasiado idílico.
Cosas así son las que te mantienen en ascuas y hasta te hacen reír. Pero así es como empecé a aprender el movimiento regenerador, lo que para mayor atino siempre ha compartido mi actual pareja. Es curioso que el libro en cuestión volviese a dar que hablar en cuanto a coincidencias, pues protagonizó otra de ellas. No sé por qué ocurrió así, pero lo importante es que la advertencia no es vaga: algo aguarda a que te des por enterado. Si parece vaga, en realidad la mente es lo vago.
Ocurrió bastantes años después, cuando organicé un curso del movimiento regenerador. Una pareja que asistió me dejó estupefacto. Estaban de paso, por Madrid, si no, no habría tenido tanta gracia la cosa, digo yo. Pero ojo, lo que pasó: ¡se encontraron un ejemplar del libro "El no hacer" en un contenedor de basura! ¡Inaudito! Y bueno, podían haber ido a practicar allí mismo, pero dieron conmigo por Internet, sin que yo supiera nada. Dado que vivían relativamente cerca de mí, tuve la oportunidad de conocerlos.
¿Es que alguien los envió a contarme la batallita? Supongo que nadie va a levantar el dedo. Y tampoco creo que Dios vaya a confesar ninguna de sus fechorías, aunque estoy por pensar que todas sean por nuestro bien, atendiendo a que el Universo quiere experiencias vibrantes y no rutinas exasperantes. Pese a que el ser humano no sepa librarse de revivir las rutinas que llama realidades.
Lo importante es que, bromas aparte, los ojos se me humedecen al recordar estas cosas. ¡Qué digo! Lloro como un descosido, me emociono a lo bestia. Y he de reconocer que en muchas ocasiones, cuando recuerdo las veces que en el pasado he creído que la vida me había negado ciertas cosas, me echo a reír aún más y sin piedad. En serio, y es que no hay para menos, porque no existe potentado en este planeta que posea lo que le cae del cielo al que rompe el caparazón de los sentidos.
Tal es la sentencia del destino. ¿Cómo se explica su excepcional puntería? Quiero suponer que uno algo invierte en las cosas que le suceden, o más que algo. No sabemos dónde cuándo ni cómo se fraguan, pero las cosas no dejan de suceder y con su respectiva correlación. Nada pues tendría sentido sin dicha correlación y sin cada instante a vivir.
La vida está hecha de instantes y no me cabe duda de que tú también tienes muchas cosas parecidas que contar; lo que sí es seguro es que tengo la sensación de que nos conocemos desde siempre, lo que me importa bastante, siendo que todo está relacionado y unido por un amor incondicional, más allá de las coincidencias. El resultado más inmediato es que sentimos curiosidad y el que aflora a largo plazo es que todos estamos unidos por algo muy especial. Encontrémoslo.
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