En el cajón de los sueños reposan dos novelas escritas por mí, como una
especie de tregua en la rutina. Me refiero con ello al contenido y propósito de
lo que suelo escribir. Fueron un par de sueños, los que dieron vida a una
singularidad que conllevaba la tregua. Y es que todo el mundo sueña, aunque ya
dice Calderón de la Barca, que los sueños, sueños son, si bien no sabemos hasta
qué punto.
El sueño de una (agitada) noche de verano
Este fue el primero y obliga a pensar en William Shakespeare,
pero hay una diferencia y es el adjetivo de agitada. De hecho, estas cosas
suelen ocurrir en uno de esos periodos en los que la imaginación se desborda. El
caso es que fue una agitada noche de principios de verano del 2012.
Es probable que el sueño estuviera influenciado por el clima
apocalíptico que en esos días se divulgaba con un sorprendente marketing, no es
posible saberlo. Lo que sí creo cierto es que Peter Pan tuvo bastante que ver,
así como mi espíritu rebelde. En resumen, al día siguiente, recordando
nítidamente el sueño, se me ocurrió darle vida en una novela.
Es lo que habría hecho un niño aficionado a escribir. Pero, aunque no me siento un adulto con los labios sellados con el pegamento de la seriedad (la mayor parte de las veces, inútil), presentía el inconveniente de no tener experiencia en escribir ficción, únicamente en ensayos.
Me preguntaba además cómo quedaría una historia disparatada contada
por alguien que escribe sobre temas de crecimiento personal, los que se supone
también un tanto serios. Esto dio lugar al temor, aunque fuese leve, de qué
pensarían de mí mis lectores habituales. ¿Acaso me había vuelto loco?
Resolví la cuestión examinando un par de detalles de lo que
transmito en mis escritos, el sentido del humor y ser uno mismo, a lo que hay
que añadir, el ser capaces de hacer algo por el placer de hacerlo, sin más
objeto. De hecho, estos aspectos ya quedaron reflejados en una especie de guía
Zen “desenfadada” que escribí un año antes: “La dieta de los 3 budas”.
Aún así, cualquiera podría preguntarme si a pesar de todo me
quejo de algo o reivindico alguna cosa. Podría quejarme, igual que cualquier
otra persona, de las dos consonantes de la raza humana: la vanidad y la codicia,
aunque sé que de nada sirve quejarse ni reivindicar nada en un mundo tan
mecánico e insensible como el nuestro. Pero escribir la historia me aportó
satisfacción, como he dicho, sin más objeto que eso.
Alguien hizo una crítica de la novela diciendo que es una
historia exagerada, machacona y sin sentido. Ahora bien, una historia que trata
de un “apocalipsis” tiene que ser exagerada, supongo, tenga o no de trasfondo
el humor. ¿Y es de verdad machacona? ¿Tiene sentido?
No creo que tenga mucho para las personas que se vean
afectadas por ridiculizar a la codicia humana. Les parecerá más bien una
insolencia y como todo a punta en esa dirección, veo lógico el calificativo de
machacona. Es como si, por ejemplo, se cuestionara la pesca y lo
leyera un pescador, si bien la codicia está mucho más extendida que la pesca,
la pintura, la poesía, la literatura, o cualquier otra cosa.
Por mi parte, creo que jamás he criticado (al menos
públicamente) a nadie en particular, solo situaciones o hechos, uno de ellos es
que se fomente en Internet la competición para que unos se sientan más que
otros, o menos; algo que decididamente rima bien con una igualdad ficticia. Además,
no deberíamos olvidar que juzgar hace perder vitalidad y crecer la vanidad.
De todas formas, el libro nunca tuvo éxito, (al contrario
que la dieta de los 3 budas, que incluso se hizo popular en la facultad de
psicología de Valencia, a pesar de su también incipiente inocencia), lo que
demuestra que Peter Pan está pasado de moda. Las tendencias en ficción son
otras, pero no me iba a poner a escribir setecientas páginas de lo que estuviera
en boga, renunciando al “sé tú mismo” que siempre predico.
En realidad, lo que a mí me interesa es que las personas se
sientan bien, no solo cuando doy clase o a través de mis libros de crecimiento
personal, también aportando un poco de recreo desenfadado con una historia
simpática e inocente, en forma de catástrofe, ¿por qué no? Pero queda un punto
sin aclarar, y es por qué a esa catástrofe la llamé: la más esperada de la
historia.
Es posible que muchas personas, aun sin habérselo planteado
nunca, estuvieran de acuerdo en que el mundo acabara tal como lo relato y de
una forma tan pacífica, alegre e incluso sensible, por no decir asombrosa, ya
que hasta un mito deja de serlo cambiando el enfoque y me refiero con ello a la
intervención de Adán y Eva y de nada menos que Dios.
En resumen, que una catástrofe así podría ser tal vez lo que
se espera de la historia de la humanidad. Sería esperada por gente curiosa, de
mente abierta, tal como el lector que quiera saber qué ocurrió aquel día, y si
eso mismo podría ocurrir en la realidad (no respondo a esto).
Este fue mi otro sueño, también en una noche de verano; esta
vez, del 2016 y menos agitada que la anterior. El trasfondo no es ya el humor,
aunque tiene sus pequeños matices, sino una especie de cantilena a la
naturaleza, la cual es para mí la expresión inmediata del Universo en el que
todos nos sentimos “parte activa”. Siempre que uno sea sensible al amor por
encima de la dualidad, claro.
Me he puesto tierno, pero es que la novela es muy tierna, con
un amor (a primera vista) incluido, además de ser una aventura fascinante, si bien
la fascinación obedece al hecho de sobrepasar la frontera de cualquier noción
de realidad. En la historia, bueno, primero en el sueño, ejercieron sin duda influencia
mis nociones (aunque vagas) del Shinto japonés, el cual se basa en el culto a
la naturaleza, de una forma un tanto subrepticia.
Ese culto es para mí como el Tao, si bien este es de origen
chino. La idea politeísta es mitología, tal como Adán y Eva, pero hay que saber
entender lo que encierra el mito. Lo que se escribió en un pasado remoto creo que iba
destinado a gente ya a medio despertar, incluso la cuestión de los lirios de
Jesús o el reino que está en el interior y que por eso nadie ve (mirando
afuera).
A pesar de todo, y de la misma manera que cobran vida Adán y
Eva en la primera novela, en esta es la propia naturaleza. Aunque parezca
increíble, pero sirva de recuerdo que los sueños, sueños son. De este sueño, un
poco menos claro que al anterior, surgió pues una historia que tuve que cambiar
de sitio y modificar en parte, lo que no resultó nada fácil.
De ahí salieron tres protagonistas: un hombre y una mujer
que se enamoran y un hombre que siempre lleva puesto un chubasquero rojo,
seguramente porque siempre hay tormenta y está lloviendo. Este último, trata de
impedir la relación de la pareja, no sabemos por qué.
El hombre, unas veces parece malo y otras, en cambio, el clásico maestro Zen. Pero, ¿y si fuera la encarnación de una borrasca? Otro interrogante sería por qué he titulado a la novela “El ladrón de penas”. La razón está en que el dios Shinto de las tormentas produce estas a partir de las penas y dolor humanos; es algo así como su materia prima.
El caso es que este libro tampoco tuvo éxito, quizá porque a
pocos les seduce el verse envueltos en una tormenta, que al final se vuelve
también apocalíptica. Aun habiendo un romance y se respire de vez en cuando la
fragancia de las flores. Pero el libro me aportó tanta satisfacción como el de
la catástrofe, o tal vez más.
El desenlace son una serie de moralejas de corte Zen, más
bien. Pero sobre todo apuntan a la motivación, a la pulsión interior, al
temple, algo que sin dudar la pareja protagonista pone de manifiesto. Por lo
demás, solo cabría mencionar ciertos hechos rodeados de misterio, ahora, en la
vida real, y son las moralejas poniéndome a prueba a mí. Esto me ha ocurrido
con cada libro que he escrito y supongo que tiene que ver con mi propio aprendizaje.
No obstante, hay otro misterio que escapa a toda
comprensión. Se trata de una coincidencia extraña y es que en cinco ocasiones
he visto una relación entre la compra de un libro y una tormenta que se desata
o llueve en cantidad. No es racional y me niego a aceptarlo, no vaya yo a ser
el responsable del cambio climático en vez de los administradores del tiempo.
Ah, es una broma, claro, pero todavía no sabemos cuál es la diferencia entre
sueño y realidad.
P. D. Quiero aprovechar la ocasión para agradecer a mis lectores su confianza puesta en mí, leyendo cualquiera de mis libros. Brotan lágrimas de mis ojos al pensar en ello. ¡Gracias por tu amabilidad!