Existe una diferencia entre estar tensos o relajados. Las
tensiones son reacciones a situaciones a las que suponemos que requieren de un
esfuerzo. Pero ese esfuerzo nos debilita; en realidad, el exceso de fuerza
física y mental nos debilita. Sin embargo, relajarse no es quedar embotado por
una larga siesta o un calmante.
Relajarse es algo tan sencillo como no tensarse (en exceso).
Pero para poder comprender esa sencillez es necesario saber qué estamos
pensando. Si mis pensamientos me provocan tensión no podré relajarme, de modo
que es esencial dejar de pensar en esas cosas al instante.
El cuerpo se pone tenso y rígido con facilidad ante
cualquier eventualidad. Por otra parte, es fácil creer que un despliegue de
fuerza nos hará más fuertes, pero no es verdad. En la práctica de las artes
marciales, suelo explicar esto con ejemplos prácticos como lo que sigue:
Si alguien sentado en suelo está tenso y se resiste a que
otra persona lo levante del suelo, cogiéndole de las axilas, será levantado con
facilidad. En cambio, si se relaja no se le podrá levantar tan fácilmente. Si
son dos las personas que tratan de levantarnos, la diferencia será la misma.
Nos levantarán si estamos contraídos, no podrán hacerlo si estamos relajados.
Si se nos empuja será difícil resistir el empuje
contrayéndonos y elevando los hombros, pero, relajados y con el peso del cuerpo
bien distribuido, resistimos sin problemas cualquier empuje. Sin embargo, solo
es posible relajarse respirando larga y profundamente, vaciando la mente.
Esto es lo mismo que utilizar el ki o fuerza vital, sin más
misterio que la naturalidad de estar relajados y libres de basura mental, con
la atención puesta en el bajo vientre, procurando no ejercer fuerza alguna con
los hombros. Es, sin duda, superior a cualquier clase de fuerza.
En la vida cotidiana, un problema equivale a cogernos y
pretendernos levantar del suelo. Igual que un ataque verbal, un momento
crítico, la toma imprevista de una decisión, o cualquier situación de miedo. Si
se tiene miedo el cuerpo se contrae tanto que se vuelve frágil en favor de
fuerzas opuestas; la mente queda colapsada.
Cuando nos sentimos enfermos también nos contraemos y lo que
sentimos se prolonga e intensifica. Por todo ello, es importante ser capaces de
relajarnos ante cualquier circunstancia y tratar de tomar esa actitud como
costumbre. Recuerdo los días en los que uno de mis maestros, ante cualquier
dificultad que yo tenía, me decía: “Relaja”. En aquel entonces, no me explicaba
nada más.