Los pájaros vuelan en bandadas, a toda velocidad, sin colisionar entre ellos; ninguno de ellos es piloto de las Fuerzas Aéreas. Los peces tampoco colisionan aunque sean miles los que se crucen entre sí; ninguno ostenta el cargo de almirante de la Marina. Las arañas tejen su tela con una perfección geométrica inimitable; ninguna es licenciada en ingeniería.
Los perros lamen el suelo, las lombrices se alimentan de bacterias y los cuervos comen alimentos pútridos, sin que les ocurra nada malo; ninguno de ellos es diplomado en higiene. Los animales se recuperan de sus indisposiciones; ninguno es licenciado en medicina. En todos los casos, ningún animal es medido por su cociente intelectual, y es seguro que no les hace ninguna falta.
Esto me hace pensar en un tipo de inteligencia que contrasta con la del hombre, quien lo que hace, en su mayor parte, es crearse problemas, colisionar con todo y complicarlo todo. Refleja tanto su torpeza en el vivir, que acaba por no saber lo que tiene que hacer; ni siquiera sabe ser hombre. Pero lo paradójico del asunto es que el ser humano es la criatura más perfecta, la que más capacidad de adaptación posee y la que tiene un sistema nervioso más desarrollado.
¿Es pues la inteligencia lo que parece? Vayamos un poco más lejos: el hombre es capaz de inventar un ego al que servir. Está poseído por una forma de pensamiento limitada. ¿Hará falta un exorcista? No lo sé, pero en el sentido espiritual el hombre es la única criatura con facultades para sentir interiormente el paraíso del que nunca se ha separado y puede constatar su verdadero ser, pero no solo no sucede en la mayor parte de los casos, sino que misteriosamente no es capaz de ver la farola con la que va a darse de narices.
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