El hombre es un ser vivo, pero se orienta hacia un modo de
vivir un poco diferente a la vida natural. Esta no consiste en llevar una vida
tan sana que no deje de apuntar a la dualidad, siendo esta la que domina al
hombre civilizado.
La dualidad es propia de un mundo físico, pero la mente saturada
de ella no se adecúa bien al movimiento en lo que a la vida se refiere, porque
la vida es movimiento. Uno quiere estar sano alejando de sí el mal y atrayendo
el bien; sin embargo, existe una paradoja: la persona enfermiza es una persona
sana.
Esa palabra, enfermiza, en el marco “cartesiano-racional” es
antagonista de ese deseo universal de estar sanos, pero desde un marco menos
dualista indica capacidad plena para reaccionar al movimiento de la vida. Ese
marco es el de la sensibilidad, donde cualquier alteración en el organismo
actúa como estímulo para su equilibrio.
Es el polo opuesto de la insensibilidad, como queda
reflejado en la primera parte de “el cuerpo en orden”. Hablo pues de una
persona sensible. Aunque puede ser hipersensible (un tipo 11, según los
Taiheki), y como en todo exceso se rompe el equilibrio. Se trata en este caso
de una sensibilidad deformada, en la que la imaginación (sobreexcitada) actúa
como detonante.
La persona hipersensible se encuentra en un estado
permanente de descarga de energía, de modo que es fácil experimentar alergias, crisis
asmáticas, crisis de ansiedad, etc., lo que por otro lado puede tener su origen
en una simple agresión verbal o en un problema cotidiano, no solamente en un
agente medioambiental.
A pesar de todo, sigue siendo una persona sana en
comparación con una insensible (un tipo 12). Comprender la diferencia entre una
sensibilidad deformada y lo que es un “estímulo” nos lleva a conciliarnos con
esas afecciones que contribuyen al equilibrio. El mero hecho de saber una
persona que es hipersensible reduce su preocupación.
Lo ideal, sin embargo, es equilibrar la sensibilidad. Es lo
mismo que decir: regular el cuerpo, lo que para mí basta para estar sano. Es la
práctica del movimiento regenerador, Katsugen Undo, la que me permite regularme
y abandonar las preocupaciones que no me aportan nada útil.
Mi única preocupación es no perder de vista las palabras de
Mº Tsuda: “sensibilización y eliminación, no hace falta nada más”. Es así como
desaparecieron mis afecciones crónicas, entre ellas un colon irritable, y otros
imprevistos del momento como una distensión del punto de anclaje de una
costilla con el esternón (debido a un golpe), etc.
¿Y cómo se regula el cuerpo? Ya he dicho que con el
movimiento; sería mejor decir qué ocurre, lo que se resume en tres fases que se
repiten: relajación, sensibilización y eliminación. En realidad todo el mundo
pasa por estas fase, pero se malinterpreta lo que no siempre agrada.
En la primera fase uno se siente relajado, a veces
somnoliento, se pierde un poco de apetito, se acusa más el frío, etc. Es un
periodo de descanso dentro de las posibilidades de cada persona que no se acepta.
Se nos exige despabilar... cuando hay que descansar (lo pide el cuerpo).
En la segunda fase, el cuerpo se sensibiliza, la piel se
vuelve más sensible, pueden surgir diarreas, molestias, dolores e incluso
fiebre e inestabilidad emocional, etc. Pero es que el cuerpo se prepara para
liberarse de lo que le es perjudicial. Uno se siento hiperactivo y, sin
embargo, se le exige descansar, aun cuando el cuerpo pida actividad. ¿Se comprende
así lo que he querido decir de la dualidad?
En la tercera fase se eliminan toxinas, y eso incluye las
tensiones físicas que han quedado pendientes de eliminar y también las
emocionales. Las funciones excretoras se intensifican; se eliminan fácilmente cálculos,
tanto biliares como renales y puede haber diarreas. Aparenta no ser agradable,
pero tras esta fase uno se siente espléndidamente bien, relajado y
revitalizado.
La salud mejora visiblemente. La dualidad da paso a otro
punto de vista: que el cuerpo está funcionando al cien por cien, lo que quiere
decir que su velocidad biológica es normal. Un cuerpo lento (en reaccionar)
tiene dificultades para eliminar las toxinas.
Todo depende de cómo se mire, desde la posición de
civilizados o de la de seres que funcionan al ritmo de la naturaleza. Ese ritmo
son las fluctuaciones, los vaivenes. Pero lo que se desea es no sentir nada;
esa es la preocupación universal. A mí, en cambio, me preocupa estar demasiado
tiempo sin sentir como dije en la primera parte del artículo.
Nuestra civilización, no obstante, progresa
tecnológicamente. Pero existe una falla: considerar al ser vivo como a una
máquina. Se perfecciona el funcionamiento de esta última, aplicando unas reglas
que la mejoran. El ser humano, como ser vivo, está sujeto a las reglas de la
naturaleza. ¿Cuáles escoger? Depende de la orientación, aunque yo no escojo
ninguna; dejo que las reglas de la naturaleza operen en mí.
De no ser así, no es posible saber si uno se ha orientado correctamente o no. Las reglas que predominan son metódicas, pero aun cuando se basen en métodos naturales, les ocurre como al regaño reiterado a los niños. Pierde eficacia si se repite demasiado, tal como señala Mº Noguchi.
En cambio, la regla natural de la sensibilidad conlleva un
efecto creciente. Cuanto más azúcar más dulce. Solo que esta expresión no puede
aplicarse a las reglas metódicas, frente a un ser humano. Como es sabido, practico
y enseño las artes marciales, y cuando repito un tipo de entrenamiento
(obligatorio), durante un tiempo, noto que me estanco. Entonces, dejo que sea mi
cuerpo quien decida (por el deseo) qué hacer en los días subsiguientes.
Qué hacer para estar sano es lo mismo, aunque parezca más
complicado. El cuerpo tiene sus propias reglas, todas ellas las de la
naturaleza. Despertar, desentumecerse, regularse, limpiarse, son algunas de
ellas, y todas con un denominador común: vivir.