sábado, 29 de junio de 2024

Vivir sin edad

Un ser humano es naturaleza, una esencia propia del llamado primitivo, el aborigen de la vida. No es como el civilizado desintegrado por reemplazos artificiales de la naturaleza, sumando conocimiento adquirido y restando instinto. Entre el ser humano original y su descendiente hay diferencias de sensibilidad, así como de presencia y respirar, también en lo espiritual.

El ser humano vive por la energía que lo anima, por la unión y movimiento de Ying y Yang, el Ki. Este no puede definirse ni ubicarse en lo físico, meramente; está más allá del espacio-tiempo. Se puede hablar de energía, aliento en la cultura japonesa, pero sin límites físicos. Y quién de nosotros reconozca el movimiento de la vida en el sentir del Ki, no tendrá límites, igualmente.

La postura, el movimiento corporal y la respiración, son parte integrante del límite o no límite. La dirección del movimiento de Ki es una consecuencia. En la naturaleza humana, el bebé hace por llamar la atención como supervivencia, lo cual refleja un alto grado de inteligencia instintiva.

El adulto lo hace a veces por condicionamiento negativo; aun más, el que persuadido por la vejez, en lugar de mirar hacia delante, Maemuki, solo mira su decadencia. Y es algo más frecuente en occidente que en países asiáticos, como Japón. Se debe al desconocimiento y virtud del Hara.

La postura es desproporcionada, el caminar inestable, y la espada encorvada, como tendencia; uno se hace una imagen de sí mismo con estas características que en condiciones normales obligan a su cuerpo a tal aspecto. Asimismo, a un declive prematuro que se deja ver incluso en plena juventud. Pero la vejez ha de ser digna, en sumo grado, como la de maestros del Budô que han llevado su práctica marcial hasta el final, en plena juventud interior.

Tal es parte de mi sentido de la vida. Un movimiento infinito. Sucede, sin embargo, que se retiene el pensamiento en algo concreto. Una fuerza desconocida tira de las personas al punto de la turbación o la dejadez. En lo cotidiano se manifiesta esa fuerza de diferentes formas. Por ejemplo, durante la noche, un leve sonido podrá dificultar o impedir el sueño, tal como el suave goteo de lluvia en la ventana, aunque eso mismo puede favorecer el sueño en algunas personas. 


También, la misma persona que no podía conciliar el sueño por la lluvia es capaz de dormir esperando al autobús entre ruidos y griterío. Una preocupación merma o anula cualquier otra experiencia. Incluso el tiempo puede deformarse en su percepción. Este, parece que pasa rápido cuando agrada una situación o persona y más lento si la situación desagrada.

Esta clase de situaciones tiene que ver igualmente con el Ki, y este impregna la atención, de modo que el Ki es atraído, estancado, cuando se coagula, Ki ni naru. Así, la atención puede estar yendo de un lado a otro, sin control, o estar bloqueada, o favoreciendo una tensión nerviosa. Pero la atención también puede estar en lo positivo, en una actividad provechosa, o en lo espiritual, solo que todo es espontáneo y tiene que ver con el Hara.

La vida humana está conducida por necesidades, a veces, imaginarias. Existe un movimiento corporal en el que el Ki se estanca a nivel de los hombros, haciendo que en determinados casos, uno se incline hacia atrás. A nivel de comportamiento se da como una especie de reclamo de atención, en especial, en cuanto a dolencias o exigencias de otras personas. La fuerza se pierde o se vuelve negativa al dispersarse, asimismo.

De distinta forma, la fuerza interior del Samurai, por ejemplo, así como el realce de sus valores hasta el último instante, emerge del Hara. En occidente, semejantemente, el Caballero, tenía esa fuerza. Pero es la fuerza que todo ser humano habría de poseer por naturaleza. Es como decir que de cintura para abajo hay que estar unidos a la Tierra y de cintura para arriba al Cielo. Eso mismo es lo que hace el meditante Zen. 

En las artes marciales Budô que practico esto fue siempre mi sentido de búsqueda. Nada de fuerza física, sino interior, con mi atención puesta en la nada, en el vacío, sin mente, Mushin, a la espera de un desenlace espontáneo y natural. Y es la base de mi anhelo espiritual. Aprendí ya de joven que no existe límite, salvo el mental, y ese “no límite” lo he mantenido siempre y lo seguiré manteniendo.

Ahora, tengamos presente algunos signos visibles. El porte de una persona refleja muchas veces su egocentrismo. El pecho hacia fuera y arriba, el abdomen contraído. O, aun siendo joven, refleja su flojedad con la mencionada espalda encorvada, el caminar inestable y la mirada dirigida al suelo. O su temor, elevando los hombros e incluso talones.

La atención es atrapada por algo contrario a lo natural. Y contrario a lo natural, como a lo racional, es el deterioro físico y psíquico que hoy en día sobrepasa lo predecible a cualquier edad. Además, todo, mejor o peor, se condiciona y arrastra a la vejez. 

El ser humano natural se distingue por una postura igualmente natural, Shizentai, cuerpo vertical, pero relajado, que mantiene caminando o sentado. Con la atención en el Hara, especialmente, cuando hay dificultades o si uno se encuentra no demasiado bien. La respiración ha de ser profunda y relajada, sentida en el abdomen, también relajado. Es el lazo con el Universo, Dios no se encuentra en ningún altar ni estructura metafísica, sino en lo natural que de Él surge. 

La ciencia tampoco habría de asentarse en el altar de la estructura mental, sino de la vida real. Así, un cuerpo sano es elástico y una mente sana ha de ser igual. De lo contrario, se produce un desequilibrio corporal y mental. Lo que mal llamamos “enfermedad” viene a ser como un esfuerzo biológico, un intento de recuperar la elasticidad, la naturalidad, perdidas en partes vitales del cuerpo. Aunque no podrá verse así sin retornar al estado natural.

Cuando la atención queda bloqueada por ello, la recuperación se retrasa o se impide. Además, del Seitai aprendí que si la cadera y las vértebras lumbares son flexibles, y el Hara está en equilibrio, uno es joven. Y puede serlo alguien de ochenta o más años. En cambio, hay jóvenes de treinta o menos que tienen la cadera y las lumbares rígidas, y el Hara débil. Estos son ya más ancianos que los octogenarios.

El ser humano ha de estar centrado en la respiración y movimiento del Ki, no dejando que vaya de un lado a otro su atención, que se apodere de cada acto. Asimismo, ser conscientes de que somos energía, y que puede haber un exceso o un déficit en algún momento. Y que la naturaleza lo regula. El movimiento regenerador o Katsugen Undo es un gran regulador. De igual forma, solo sabiendo utilizar la energía o Ki se puede tener una muerte apacible, porque esta es, tal cual, parte de la vida y su sentido.

En cuanto a bloqueos de atención, la era actual es devastadora, con la deshumanización a través de sistemas, y no menos con la servidumbre a ideologías y tecnologías corruptoras del ser humano que va alejándose de su propia alma. La atención no solo es externa, sino transportada a la inconsciencia... inconsciente. Se necesita más que nunca una consciencia... consciente. Es preciso obtener la victoria sobre uno mismo, Agatsu, y volar como la mariposa.


Por otro lado, está la paradoja de creer tener una voluntad libre que, sin embargo, es conducida por no se sabe qué o quiénes. Pero esa voluntad solo surge cuando la atención se mueve con libertad. Esta se necesita para salir de una especie de infierno mental, lo que no es otra cosa que autorrealización o trascendencia de un “yo” que suplanta a la libre voluntad.

El ser humano, consciente de sí mismo y de cuanto lo rodea, es responsable de su pensamiento y modo de actuar, y dueño de su atención. Y todo esto no se halla en planos elevados de la mente, sino en el susurro de un respirar, en la energía que nos anima. Esto conlleva encontrar un sentido a la vida, Ikigai, y la naturaleza que se muestra ante nosotros y dentro de nosotros es lo que más sentido tiene.

En el sentido se halla el conocimiento instintivo, la intuición, como el marinero que conoce el mar por el que navega sin dejarse llevar por eventualidades. Esto es la predisposición natural, y habría de formar parte de la filosofía de vida, y lo que nos decimos a nosotros mismos sea energía concentrada en un punto de libre consciencia.  

Así pues, fijémonos en el agua que se refleja en el estanque, en el perfume de las flores, en el trinar de los pájaros, en un Cielo azul que da comienzo al alba. Asimismo, en la propia infancia, no en la vejez. En lo que queda por hacer, más que en lo hecho. Y en lo mucho que queda por aprender, en especial, del interior. Estemos vigilantes del movimiento sutil de la energía como quien se centra en el arte. El de la vida, ahora mismo, en un vivir sin edad. 

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Libros: Katsugen Undo, la práctica que restablece la salud y la serenidad / Entrevista con el cuerpo / Taiheki, el dilema del comportamiento humano. / La táctica sin táctica, la quintaesencia de las artes marciales / Tras las huellas de Eièn, la morada del guerrero.