Los seres vivos son autosuficientes, de no ser así no habríamos podido sobrevivir desde la prehistoria, pero conforme nos hemos ido civilizando, el progreso ha ido ejerciendo una fuerza contra natura. Uno se ve débilmente expuesto a la enfermedad; entonces, la lucha contra la enfermedad se adopta como recurso soberano del progreso. Pero el enemigo no es la enfermedad, sino la actitud que vuelve al cuerpo anormal.
Lo normal en la naturaleza es algo que en el mundo civilizado no se concibe, y es que un cuerpo vivo pierda de vez en cuando el equilibrio debido a las fluctuaciones y que cuando eso ocurre hace un esfuerzo para recuperar el equilibrio, de modo que la enfermedad es exactamente ese esfuerzo. Es lo mismo que tener sed o hambre, es desagradable, pero beneficioso.
Uno debe tener fuerza de voluntad para recuperarse, pensamos, de ahí la lucha, pero lo que subyace en ello es negatividad y miedo. Esa voluntad no puede surgir con miedo ni con un cuerpo que se ha vuelto anormal, lo que quiere decir que se ha vuelto insensible y falto de reacción a los sucesos que afectan al cuerpo y por eso el suceso se presenta a veces grave.
Así que la voluntad de recuperarse debería consistir en devolver al cuerpo su sensibilidad, su capacidad de reacción y por ende su autonomía. La mera lucha contra lo que consideramos malo conduce a que las enfermedades se vuelvan más serias en la mente y cuando esto ocurre es ya difícil volver atrás. La atención queda atrapada en el fango.
La atención no es algo visible, no se puede probar su existencia por medios físicos en un laboratorio, pero es un imán producto de la condensación de la energía en un punto al que se ciñe. Puede ser positiva si, por ejemplo, uno la pone en lo que desea hacer o negativa si es en el problema. Si se pone en la salud cuando uno se encuentra mal esta resurge por su natural, pero si se pone en la enfermedad es esta última la que domina la situación. El ki o energía se colapsa, uno se debilita.
Si se piensa en un limón la saliva se excitará y si uno se imagina hincándole el diente la salivación aumentará. Así que es mejor no pensar en limones si no se quiere salivar. La naturaleza es algo esencial, tanto que es la madre de la vida y pensar que ella es tan imperfecta como para creer que la salud depende de la lucha contra lo que nos duela es ilusorio, por razonado que parezca.
Si la atención de uno es dirigida por terceras personas, en sentido negativo, el miedo crece y si la controlan fuerzas mediáticas la razón y la lógica son devastadas, el miedo se proclama soberano de la atención negativa y se disemina como el polvo en una tormenta de arena.
Cuando me encuentro mal mi atención se la entrego por entero al trabajo de la naturaleza, el de mi cuerpo y su exquisita inteligencia. Mi atención está siempre en la autosuficiencia, porque así es como nos ha dispuesto la natura o Dios. No me interesa dejarme conducir a los avernos prestando atención a las formas de persuasión que logran que se confunda un geranio con un monstruo.
Contaré ahora lo que me ha ocurrido en los últimos días. Hace una semana amanecí con una lumbalgia quizá debida a un abuso de entrenamiento marcial en días precedentes. Por si fuera poco, tenía un respetable dolor de estómago, creo que a causa del zumo de pomelo que llevo tomando esta temporada. ¿Y un alimento tan maravilloso puede perjudicar?
Lo bueno y lo malo no es tan real como parece, cada persona es un mundo aparte y yo soy hipersensible, sufro de más, pero mi cuerpo es normal. Hay personas que coman lo que coman o beban y hagan lo que hagan no notan nada, no sufren, pero sus cuerpos no son normales.
Otra cuestión es qué hice con lo que me ocurría, pues lo frecuente es echar mano de un cóctel de remedios artificiales, pero por mucho que se encuentre uno mejor la normalidad no regresa al cuerpo, de modo que mi atención no estaba atrapada en el suceso.
Lo único que hice fue cooperar con algo que ayudara en la normalización, en vez de bloquearla; es decir, un poco de yuki (espiración concentrada) estimulación manual de ciertos puntos y un poco de Katsugen o movimiento regenerador. En apenas dos días todo volvió a la normalidad. Pero vuelve cuando el cuerpo es antes normal.
Por eso la enfermedad puede ser algo útil, pero es una idea de locos ante la escrupulosidad de la civilización, ligada a la protección que nos rescinde del medio natural. Tal es el caso del catarro, y si se comprende su naturaleza uno será capaz de pasarlo de forma natural en vez de ceñirse a la idea de que es algo contagioso.
Este acontece cuando ciertas tensiones del cuerpo llegan al límite, también las emocionales, o cuando la elasticidad de las arterias y las vértebras disminuye o cuando existe una fatiga en alguna parte del cuerpo. Después uno se siente renovado, vital y relajado, lo que no ocurre cuando se corta drásticamente.
En cuanto a gérmenes es obvio que en el mundo civilizado no se acepta una inmunidad natural, de modo que la presencia de anticuerpos se toma como un mal augurio, en vez de pensar que tal presencia es un indicativo certero de que algo nocivo ha sido eliminado y que eso forma parte de lo que vengo señalando como un cuerpo normal.
Tengo dos gatos que a veces juegan al fútbol con trozos de comida que luego se comen y ahí están, no son seres humanos melindres. Este tipo de cosas no son aceptadas tampoco, pero a mí me supone una exquisita lección de biología, la cual no trato de imponer a nadie. Tan solo la comparto como poesía de la vida.
El miedo desmedido se ha coronado en la cima de la dependencia en estos tiempos que corren y el ser humano ha llegado casi a la nulidad de su facultad natural. Y al no estar en proporción la situación actual con la experiencia más sustancial de mi vida me quedo perplejo. Pero no es mi propósito analizar una situación de etiquetas ilusorias e intereses creados.
Mi propósito consiste en reconocer que uno está viviendo lo que no significa otra cosa que ser la naturaleza. Pero solo es eso posible desde un estado mental sereno, sin espejismos, el cual envuelve a la vida tanto como a la muerte.
Y si se desea tener un muerte serena es indispensable haber tenido una vida serena. Una es parte de la otra igual que la enfermedad es parte de la salud; en la naturaleza, no en la mente humana. Pero es difícil aceptar a la naturaleza cuando algo duele, queda relegada a la belleza y la fotografía.
La autosuficiencia resulta a pesar de todo tan inadmisible que algunas personas me han dicho que he tenido suerte de no haber tenido una enfermedad grave, pero no saben que la gravedad surge de un cuerpo que está embotado, que no es normal, como he señalado.
No creen que pueda vivir sin tratamientos artificiales y sin miedo. Pero sí, aunque es necesaria la paciencia para cuando no se resuelve todo tan rápido, como cuando me hice una fisura en la base del primer metatarsiano o cuando me fracturé un calcáneo, o cuando me hice un ovillo en los ligamentos de una rodilla y a saber qué más. “Gajes del oficio”, en mi caso, de la práctica de las artes marciales.
Dicen que me moriré, pero en ningún momento he pensando quedarme aquí ni deseo longevidad a cambio de debilidad. Lo único que deseo es una muerte natural y apacible cuando llegue el momento, sabiendo que solo es posible habiendo tenido una vida igual.
Sin embargo, la autosuficiencia no está al alcance de cualquiera, no se pasa del letargo corporal a la vitalidad, de la anormalidad a la normalidad, ni del miedo a la calma de la noche a la mañana. Hace falta una práctica gradual tal como la del movimiento regenerador y una actitud un tanto espiritual que no esté basada en un dios intelectual sino natural.
Nota: lo expresado aquí NO es un aliciente para hacer o no hacer nada en concreto, pues la autosuficiencia en el sentido en que hablo solo surge de una forma espontánea en personas normalizadas biológicamente. Cada persona es responsable de sí misma exclusivamente.
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