martes, 31 de marzo de 2020

Cielo Azul

Hace años tenía un recuento de problemas físicos y emocionales que no podía resolver, y cuanto más me exigía resolverlos más caminaba en la dirección opuesta. Es lo que hace la mayor parte de las personas. Fue hasta que conocí el movimiento regenerador o Katsugen Undo; es algo simple, es lo que ya está existiendo en todos los seres vivos, el movimiento biológico que puede resumirse en una sola palabra: vida.

Lo más sencillo se olvida, sin embargo, una vez los seres humanos traspasan la frontera de lo natural, volcándose a lo artificial, lo deducido al margen de la naturaleza. Pero si uno consigue volver a lo natural, su corazón explosiona de gozo. Aunque no se trata de comer sano o hacer gimnasia, por ejemplo, sino de ver las cosas como un animal cualquiera, solo que ese animal es también cualquier ser humano. Pero la vida es muy difícil de comprender en su estado natural.

A pesar de todo conseguí comprenderla, si bien la parte más difícil y fácil al mismo tiempo es el Tenshin. Este, junto al Zensei, representa la filosofía del Seitai de donde procede la práctica del Katsugen. Zensei significa vida plena, vida utilizada al máximo sin temor. Tenshin se refiere a la mente pura, la del recién nacido, justo la que los adultos han perdido para siempre.

Es por esto que considero el Tenshin como la quintaesencia del Seitai, porque ese punto de vista devuelve al ser humano su autonomía como ser vivo. Por eso he llamado así a mi nuevo libro. Está dedicado a la naturaleza vibrante, pero sin excluir de ella algo tan genial como el cuerpo humano. Me pregunto por qué las personas hacen tantos aspavientos ante las eventualidades de la vida en vez de ser Uno con ella.



Muestro a continuación unos párrafos pertenecientes a algunos apartados de unos pocos capítulos, por lo que no mantienen una conexión entre sí. Sin embargo, pese a ello, pueden ser gratos para su lectura, aun siendo un brevísimo extracto de mi libro: “Tenshin, la quintaesencia del Seitai”.

I
Un suceso espontáneo

Si uno tiene un hambre atroz de alguna manera sufrirá, tanto más si está muerto de sed. Si el hambre o la sed no fueran desagradables, ¿para qué íbamos a molestarnos en comer o beber? Pero el comer y el beber son parte del trabajo de la naturaleza para la supervivencia. Si nos damos un golpe es probable que duela, lo cual no es tan diferente de la sed o el hambre. Sigue siendo supervivencia, ya que no es posible que la lesión se cure si no ocurriese nada, si no doliese nada. A pesar de todo sí es posible sentirnos a veces mal afortunados por estar vivos. Parece increíble, pero una vez bajo tierra uno se vuelve como una piedra que no siente nada.

II
El instinto, lo más espontáneo

Lo que ocurre a nuestro alrededor es percibido e interpretado según una serie de filtros que se hallan en el pensamiento. Es inevitable en un ser humano, pero el instinto rectifica los errores de percepción, los cuales son muchos. El problema reside en si el instinto está funcionando y en el tiempo empleado en reaccionar. Una persona que en un incendio se ve rodeada por las llamas es probable que se haya quedado paralizada, sin reaccionar, mientras que una cebra siente y reacciona al peligro que le acecha, sobreviva o no. Esto último nos preocupa a nosotros más que reaccionar. Cuando hay un desequilibrio nuestro cuerpo busca instintivamente reencontrar el equilibrio tal como el cóndor busca el calor solar. Pero no es fácil confiar en algo que se ve como irracional.

III
El movimiento biológico

Todo se mueve, un objeto, una persona o animal, el viento que sopla, el agua que corre, nuestro planeta que gira, etc. Es algo que se ve, quizá sea alguien caminando, pero falta lo que no se ve, como por ejemplo la sangre que corre por las venas. Incluso lo más evidente, la respiración. Lo que menos se ve son las reacciones del cuerpo. Si una comida nos sienta mal tras un disgusto eso es una reacción, si tenemos fiebre ante una infección o cuando hay mucha tensión es una reacción. Todas estas cosas son un «movimiento biológico» y por supuesto espontáneo; incluso la enfermedad lo es.

IV
La naturaleza del afecto

Cuando nos sentimos indispuestos pensamos a veces que el cuerpo es hostil consigo mismo o débil. Si nos sentimos mal de ánimo se puede llegar a creer que uno es hostil consigo mismo. Pero esta manera de percibir se debe a una dualidad que ya se ha convertido en un proceso mental que ignora la unidad de todas las cosas. Sin embargo, el cuerpo siente afecto por sí mismo, lo que quiere decir que no desea dañarse. En realidad, siente tanto afecto por sí mismo que está eliminando todo aquello que nos perjudica. Su naturaleza es pues afectiva. Pero también la vemos un tanto vulnerable, aunque, ¿acaso no nos ha facilitado vivir?
V

La naturaleza “inferior”

Pensar en algo desagradable que ocurra es pensar negativamente. Ejercer una fuerza mental con el propósito de que deje de ocurrir de inmediato es también negativo. El más y el menos de lo que uno piensa son inferiores a mantener un estado indiferente de calma. La idea y el tesón que se ponga en estar bien se supone que es una muestra de fuerza moral para recuperarse, ya sea corporal o anímicamente. Pero a veces conduce a lo contrario al no ser esa fuerza positiva. Es antagonista. Pensar en el potencial de vida que se tiene es decididamente lo más positivo.

VI
El ser indivisible

La mente se vuelve una amenaza contra el cuerpo y contra sí misma. Qué es lo que vemos es lo que ella nos hace ver: un solo lado, pero es el que nos parece real y sin duda conveniente, aunque sea contra natura. La totalidad se pierde, el individuo queda fraccionado, el cuerpo transformado en una vasta enormidad de conceptos, y es entonces cuando quizá se necesite una ayuda para redescubrir que somos un «todo» indivisible. Este y no otro es el papel del Seitai; es diferente de la suma de partes para analizar, en lo cual se basa el conocimiento adquirido sobre la vida. Pero por encima de esa suma está la unidad de SER. Si no se puede ver así, ¿qué parte es entonces la que estamos viendo? Es decir, qué parte de nosotros mismos, de la naturaleza.

VII
Corazón de cielo puro

El cielo puro no es una mera alegoría, es la mente del recién nacido. En el adulto es un sentir, dígase una actitud natural que lo devuelve al principio de la vida, incluso más atrás de haber sido engendrado, al principio de un universo que no tiene principio ni final. Sin que haga falta convencerse de si tal cosa es posible o no lo es. Un gato, un escarabajo, un abejorro o un abedul saben que es así. ¿Por qué no aprender de ellos? Es mi reiterada indicación. Pero mientras el hombre no salga de su «nimbo mental» y deje de verse a sí mismo como una máquina que se estropea, en vez de un amante de la vida, no podrá ponerse a la altura de estos seres.

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