El movimiento es un indicativo de que algo está vivo, pero
es un movimiento espontáneo, del cual forma parte el deseo interior (del
cuerpo). Es el deseo de vivir, lo que a su vez implica vivir sano. No se trata
de comer lechugas y evitar el café, etc., sino de recuperar el movimiento ya
perdido entre las brumas de la civilización.
El mismo hecho de vivir se pierde en esas brumas por volverse
un tanto algebraico, lejos de la espontaneidad de la vida. Asimismo, la salud y
la enfermedad se vuelven ideas que pronunciamos como si fueran evidentes, aun
cuando lo único evidente de la vida sea la vida.
Pese a ello, el ser humano busca una panacea para vivir,
aunque la vida es la única panacea. Lo realmente importante que puede hacerse
es recuperar ese movimiento espontáneo, ahora, igual que volver al sentimiento
de “ser naturaleza”. Eso somos, aquí en la Tierra, enteramente y en todo su
esplendor; no una fracción, ni siquiera un cercano a la naturaleza.
Sin embargo, el hombre se halla en medio de una decadencia
de sentido común como resultado de una negación de su naturaleza. No se le
concede importancia a la inteligencia del cuerpo, tal vez porque no se
manifiesta en el terreno de los conceptos. Se manifiesta en el movimiento
espontáneo. Aunque, ¿acaso es una danza? ¿Una nueva moda?
Todo movimiento biológico del cuerpo es movimiento
espontáneo. No sucede por la voluntad humana y no es preciso saber la razón de
vivir. El corazón late, la sangre circula, la digestión se realiza, respiramos,
vivimos. Pero esto pasa desapercibido, uno solo quiere estar sano. Entonces,
¿por qué no fortalecer el movimiento biológico en vez de debilitarlo?
No fumar, no beber alcohol, caminar, comer o no hacer determinadas
cosas, la ingesta de vitaminas, la dieta, el deporte, dormir, las reglas y
remedios de la índole que sea, etc., son cosas que, aunque puedan ser
saludables, son inferiores a la espontaneidad y autonomía del movimiento, así
como la capacidad de reacción y adaptación (naturales) que de ello se deriva. La
práctica del movimiento es una puesta a punto de esa capacidad que nos protege.
Se trata de entrenar el sistema motor extrapiramidal, el
cual se adormece poco a poco, debido a su falta de uso, aparte de lo esencial
para estar vivos. Los excesivos cuidados, y la oposición radical al más mínimo malestar
son maneras de adormecerlo y hacer que el cuerpo se embote o se insensibilice. El
miedo a enfermar, además, llega casi a paralizar las funciones naturales de ese
que llamamos cuerpo.
Esto puede experimentarse al margen de lo normal si por
ejemplo una persona es amenazada con un revólver. Todos los procesos biológicos
se alteran, por así decirlo, pero mientras que el susto de la amenaza dura poco
tiempo, el miedo a enfermar puede ser perdurable. Así se debilita el cuerpo y
la espontaneidad de vivir sana y sosegadamente merma.
El movimiento espontáneo (regenerador) es favorable, pero
más que para cuidar del cuerpo, para cuidar del cuidador: el sistema motor
extrapiramidal. En él se halla la inteligencia de la vida y se trata de
reactivar lo que quiera que debilite, todo de una vez. Lo esencial es llegar a
comprender que la naturaleza de uno es algo en lo que se puede confiar, más que
nada.
No es tan fácil hacerlo, porque, aunque aceptemos que el
corazón late y confiemos en ello de una forma inconsciente, no confiamos en que
nuestro cuerpo sepa por qué y para qué nos indisponemos. La razón es muy
simple: para evitar el embotamiento. Por eso la práctica del movimiento nos
devuelve, en medida proporcional, al principio; es decir, a cuando éramos unos
bebés.
Como personas adultas y racionales pensamos a veces
preocupados en qué está ahora mismo ocurriendo en el cuerpo, pero lo único
seguro es que está tratando de adaptarse a las continuas contingencias de un
mundo fluctuante. Esto llega a percibirse claramente a través del movimiento
espontaneo, o lo que es lo mismo, el Katsugen Undo.
El movimiento se practica dejando que aflore lo
involuntario, de un modo correcto, distinguiendo entre lo espontáneo del cuerpo
y de la imaginación. Quiere esto decir que pueden darse movimientos
inconscientes que se creen espontáneos, pero solo lo son los del cuerpo. Por
ejemplo, bostezar, es uno de los más significativos.
El movimiento puede surgir también sin intención de
practicar. Una vez puestos a punto. Por ejemplo, cuando nos duele algo o nos
sentimos mal. Se debe a que el extrapiramidal ha reaccionado doblemente,
primero con el dolor y luego con tal vez una cantidad inusitada de bostezos. En
tanto que uno mira a otros seres vivos podrá ver este tipo de cosas y adaptarse
como todas las criaturas.
La adaptación es un proceso natural (una ley) que nos
permite sobrevivir tanto física como emocionalmente. Nos adaptamos al medio, al
cambio, a la eventualidad; de lo contrario no podríamos sobrevivir, pero la
adaptación puede ralentizarse o paralizarse, lo que significa que la capacidad
de reacción del organismo se debilita o anula. Es entonces cuando algo serio
nos pilla de sorpresa.
La adaptación es puro movimiento biológico, y hay una ironía
muy humana. Es que el ser humano tenga que esforzarse para vivir, siendo el ser
vivo que más dotado está en cuanto a adaptación y el que cuenta con el más
perfecto sistema nervioso y, por consiguiente, con una autonomía mayor que
cualquier otra especie.
El resultado catastrófico de ese esfuerzo es que cuanto más
se esfuerza uno menos lo logra, siendo inconsciente de las capacidades reales
de su cuerpo. Puede verse que muchos animales pierden un ojo, o una pata, o se
hacen heridas graves a las que sobreviven, algo impensable en cualquier persona
que viva en condiciones más o menos corrientes.
Se debe nuevamente a nuestro estatus de civilizados que en
sentido creciente va ralentizando la adaptación y las funciones naturales. Por
eso el movimiento espontáneo pone a punto estas cosas, de manera que ese movimiento
no es otra cosa que movimiento biológico.
Cuesta hacérselo entender a la gente porque es demasiado
simple. Por eso mismo no resulta tan atractivo como lo complicado, pero la
naturaleza es sencilla por compleja que parezca a nuestros ojos. Una hembra
amamantando, o los corales creciendo bajo el mar, el árbol dando su fruto, son
actos sencillos e inteligentes que forman parte del movimiento de la vida,
aunque no tengan el reconocimiento que merecen.
Por esa falta de reconocimiento el cuerpo pierde voz y voto
en cuanto a inteligencia. Aunque de esa voz, me maravillo incansable. Es más,
confío en ella, me lleva a la reverencia incluso, seguramente porque me da
razones de mi particularidad y de cada situación y experiencia.
Evita que me abrace a la enfermedad como designación, indicándome
el estado en que me encuentro, el verdadero, no el conceptual. Es un estado
natural de movimiento biológico espontáneo.
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