miércoles, 9 de diciembre de 2015

Katsugen Undo, movimiento regenerador

"Al respirar, las dificultades se exhalan junto con el aire y uno tiene así una vida plena"

El Katsugen Undo es la actividad normal del organismo. Dicha actividad se observa en la realidad fisiológica, tal como que el corazón está latiendo, el cuerpo mantiene una temperatura constante y adecuada, estamos respirando, estamos digiriendo el desayuno que hemos tomado por la mañana, etc. Y esa actividad es natural, obviamente.

Sin embargo, aunque sabemos que todas esas cosas son lo que son, no les damos la importancia que tienen; nos hemos habituado a fijarnos más en las cosas que hacemos voluntariamente, pero si nos atenemos a lo que es la vida y lo natural, tendremos que fijarnos en que en el transcurso de la vida, la parte más importante es la etapa de bebé. Lo que hace un bebé es justamente el Katsugen Undo. Entonces, el adulto tiene que recuperar esa espontaneidad para sentirse saludable.

Katsugen posee dos kanjis, cuyo significado es katsu: vida y gen: vitalidad, energía o fuerza vital, cuya práctica fue concebida por Haruchika Noguchi para ayudar a la gente a recuperar su sensibilidad y el pleno rendimiento de su actividad fisiológica, y él mismo expresa que Katsugen es el movimiento que regenera la vida desde su raíz o el movimiento en el origen de la vida.

Por lo tanto, es el movimiento de la vida que se manifiesta en nosotros. Undo es una expresión que se traduce por movimiento, ejercicio o actividad, solo que esta última es, como he dicho, la que tiene lugar en el organismo. Pese a todo, aun en un intento de comprender que esta actividad natural tenga, realmente, alguna importancia y de que está sucediendo justo en este instante, a fin de poder hallar una diferencia cualitativa en el vivir cotidiano, es favorable la práctica de Katsugen, puesto que dicha actividad se encuentra adormecida en una mayoría de personas.

La práctica de Katsugen tiene como objeto regular, mediante la actividad del sistema extrapiramidal, las funciones naturales del organismo, y puede considerarse como un ejercicio del sistema motor extrapiramidal. Se restablece, por así decirlo, la actividad natural en nuestra fisiología, en tanto que las funciones vitales se han vuelto perezosas por la interferencia de nuestra voluntad, la cual está dirigida a potenciar el sistema piramidal o voluntario por el que hacemos gestos, actos y movimientos voluntarios, si bien ambos sistemas ponen en funcionamiento a nuestro cuerpo. Ahora bien, si se pone la salud y también el bienestar emocional al cuidado exclusivo del sistema piramidal, como solemos hacer, el resultado será incompleto y quizá adverso.

Así pues, la idea de franquear los límites de la inteligencia es algo que motiva al ser humano, pero existe un estadio preliminar a cualquier paradigma de inteligencia y que reside en el propio cuerpo; es la inteligencia del sistema nervioso autónomo y que está impresa en cada célula desde el principio de su formación, siendo el primer eslabón de la cadena de la vida. La inteligencia innata.

Subrayo esta inteligencia, porque el sistema nervioso autónomo es el medio que regula todas las funciones vitales en el organismo, como la respiración, la digestión o la circulación de la sangre. Y lo que en consecuencia se asienta en esa inteligencia es que existe un modo natural de mantenernos saludables, y se podría decir que consiste en dejar que eso ocurra, tal como las hojas del pino dejan caer la nieve., tomando como base las reminiscencias que todavía conservemos sobre los motivos por los cuales estamos viviendo.



Las condiciones atmosféricas, alimenticias o higiénicas no son en realidad las cosas que nos mantienen vivos, sino un deseo profundo de vivir y ese deseo se refleja en la actividad autónoma. Por consiguiente, es esto último lo que se debe de potenciar. Si no fuese así, nuestro cuerpo podría olvidar su funcionamiento de un día para otro, sin saber qué hacer para la digestión de los alimentos o para transportar la sangre por todo el organismo, por ejemplo. Esta es la base de la salud. Y si llegamos a aceptar que nuestro organismo es inteligente, no es lógico hacer segmentaciones de esa inteligencia y llegar a pensar que la naturaleza comete errores a la vez que se muestra inteligente. Esos errores pueden ser del tipo "enfermar", sea en términos bioquímicos, microbianos, etc.

De esto se deduce que la enfermedad no surge por causas externas, sino internas. Eso significa que surge mermando la vitalidad del cuerpo, interfiriendo en su proceso, su metabolismo, etc. Pero revitalizar el cuerpo consiste en estimular la actividad autónoma, con la idea de recuperarla, como he dicho.

Por otra parte, las indisposiciones forman parte del movimiento natural de la vida y no de un medio estático. En esta perspectiva no se puede considerar que el sistema inmunitario pueda volverse deficiente por la acción de microorganismos, por citar un ejemplo, más bien sucede al no dejarle el tiempo ni la oportunidad de actuar, sea por el miedo a las enfermedades o por la influencia del entorno. Al mismo tiempo, no cabe olvidarnos de que el cuerpo no es un elemento separado de la mente ni del espíritu.

Tampoco el cuerpo sugiere la imprevisión de ser una parte de la naturaleza, sino que personifica, como cualquier otra forma viva, la naturaleza. Pero si se percibe tal separación, eso significa que el cuerpo no está libre de una mente absolutista que desea controlarlo, en menoscabo de la vitalidad.

A tenor del concepto "enfermedad", hay que tener en cuenta que el Katsugen no es un medio técnico o terapéutico que podamos comparar y sumar a otros, ya que solo es una función natural de la que nadie está privado. De idéntica manera, no sería correcto trasponerlo en la frontera que rodea el misterio, ni aún menos llevarlo al terreno de lo prodigioso. A la sazón, los beneficios que podamos desear hallar en la práctica han de abordarse con la actitud de estar despojados de toda clase de "finalidades" y ha de observarse teniendo presente que dichos beneficios no son elementos que se adquieran del exterior, sino que son derivaciones normales de la actividad natural del organismo.

La práctica induce movimientos involuntarios, así como bostezos, mucosidades, etc., que son eventos espontáneos, y surgen de un deseo interno que es espontáneo.

En esencia, en el Katsugen, no solo se halla involucrado el cuerpo, también la psique, y a su vez incide, notablemente, en el desarrollo espiritual, de manera que en la práctica es imprescindible el blanco del papel o de la mente, por lo que se podría decir que el vacío que favorece lo espontáneo es el mismo vacío que el propio Katsugen induce al practicarlo sin finalidad y por la simple complacencia.

La espontaneidad corporal

Al hablar de espontaneidad solemos pensar en un niño al que se le puedan permitir ciertos comportamientos por el hecho de ser un niño. Si se trata de un adulto, se asocia a una persona liberal, graciosa o incluso maleducada. Pero aunque uno tenga que penetrar el sentido propio del comportamiento en las relaciones entre las personas de cualquier índole, la espontaneidad tiene que ver más que nada con el organismo. De ese modo, el organismo se comportará con espontaneidad y libertad de acción, sin inhibiciones, a menos que esté subyugado al pensamiento o a la imaginación.

Así, lejos de pretender entender lo que pueda parecernos insondable, ateniéndonos a la realidad cotidiana, veremos que el organismo manifiesta su actividad espontánea a través de la constante actividad del sistema extrapiramidal que atañe a los movimientos espontáneos, y por esa razón el maestro Noguchi ha propuesto la práctica de lo que ya preexiste en el organismo y que es el movimiento espontáneo o involuntario. Por eso es deseable observar que el cuerpo humano no es ningún elemento estático, pese a que se le trate de ese modo, más cuanto más progresamos tecnológicamente.

El movimiento es el indicador de la vida y este se revela igual en un bostezo que en la digestión de los alimentos, en el latido cardíaco o en el hecho de que la temperatura corporal se eleve o descienda, etc. Es movimiento porque hay actividad y es espontáneo porque sucede sin nuestra voluntad.

Así pues, los movimientos espontáneos revelan una dimensión diferente en el ser humano, en el referente de ser conscientes de ellos. Sin embargo, incluso lo espontáneo puede adormecerse limitando la funcionalidad de la actividad orgánica. Lo que hace el Katsugen es restaurar la espontaneidad, la actividad autónoma que ha mermado debido a nuestra influencia llena de ideas y progreso.

Dentro de la espontaneidad coexiste el hecho, como la mano que guía el pincel en la caligrafía japonesa, de que el cuerpo no siente deseos de dañarse a sí mismo, tal como la naturaleza no lo pretende tampoco, ni aun siquiera por la ignorancia que se le imputa a veces. Esto quiere decir que el deseo que tengamos por mantener un cuerpo saludable no es equiparable al deseo que tiene el propio cuerpo por esa misma causa, si bien se producen interferencias entre ambos deseos: el de la mente y el del cuerpo.

Por lo tanto, los cuidados más efectivos y lógicos que tengamos previstos para cuidar el cuerpo no siempre serán aceptados por este, y entonces nos daremos cuenta de lo que en realidad podemos y no podemos hacer, es decir, conocer el límite.

Una madre puede dar de comer a su hijo, vestirlo, darle una educación, ayudarlo, asistirlo, etc., pero no puede hacerlo crecer; nadie puede hacerlo a excepción del propio organismo de ese hijo. Eso es una forma elemental de conocer el límite, y si se advierte la sutileza de ese límite se podrá percibir que demasiadas veces tratamos de traspasarlo.

Por ejemplo, otros mamíferos son incapaces de comer sin tener hambre y el límite de ingestión de alimentos es el correcto. El ser humano, por el contrario, es capaz de comer sin tener hambre y de modificar el límite que le señala el hambre. Que se obligue a un niño a comer es una forma prematura de modificar y afectar negativamente a su propia inteligencia innata.

La inteligencia se observa en la naturaleza igual que en nosotros mismos, de forma que esa inteligencia se manifiesta en hechos innegables. En el otoño, muchos árboles se desprenden de sus hojas y se cubren de ellas en primavera, y es incuestionable que saben cuándo han de tener cada transformación, de la misma manera que el cuerpo sabe que tiene que formar hemoglobina, segregar hormonas, etc.

Extracto del libro Katsugen Undo, la práctica que restablece la salud y la serenidad

martes, 8 de diciembre de 2015

Más allá de las coincidencias

"Una coincidencia es elegir un camino que ya se está recorriendo"

Reflexionando a fondo se puede leer lo invisible, aunque hay que mirar, escuchar, y hasta gustar y palpar… caray. Aunque, ¿se hace o no? Sospecho que sí, pero uno siempre mira lo mismo, escucha lo mismo, etc. Dondequiera que sea resulta monótono comerse todos los días una ensalada de prejuicios, ideas y convicciones cantando el himno de la verdad y haciendo girar los pedales de la monotonía en una bicicleta estática.

A mí me gusta mirar hacia todos los lados y ver qué puede sorprenderme. Es la salsa de la vida, pues si uno que está vivo hace lo mismo que cuando esté muerto, no le veo la gracia por ningún lado. El caso es que las cosas que se pueden ver, y que pasan inadvertidas, son profusas; aparte, nos proporcionan la información de que nada ocurre por casualidad, de que todo está interrelacionado y que todo tiene una finalidad que escapa al conceptuar humano. En fin, que todo son coincidencias, pero muchas personas confunden la coincidencia con la casualidad.

Son cosas diferentes e incontrastables. Coincidencia es una simultaneidad entre dos o más hechos o situaciones que parecen indicarte un camino a seguir. Es más, te llevan directamente ahí, si te dejas llevar, claro está. Es como si alguien estuviera interesado en que vayas por ahí precisamente.

La casualidad no existe, pues sigue siendo una coincidencia que no se percibe como tal, ni como nada, más a menudo de lo que parece. Aunque sí es una causalidad, es decir, un efecto labrado antes en una causa, por mucho que se niegue y se quiera demostrara lo contrario. Ahora bien, por la cuenta que nos trae será mejor labrar con conocimiento de causa… y nunca mejor dicho.

El hecho es que, muchas veces, no vemos que alguien o algo parece estar interesado en nosotros de una manera concreta, incuso que no deja de hacer algo en nuestro favor, aunque este no se perciba o no se entienda. Algunas personas lo llaman milagro y otras lo llaman casualidad. Igual que unos llaman a las fatalidades aprendizaje y otros no pasan de echar chispas por la mala suerte. Son matices del pensar humano.

En 1986 sufrí mi primera crisis existencial, siendo desbordado por la ansiedad y una depresión de las que hacen historia. Un tambaleo sentimental y económico (el primero de una serie de ellos). Si bien este tipo de tambaleos impiden que te duermas en los laureles en cuanto a despertar. El caso es que por estas fechas me encontraba en Madrid realizando un curso de entrenadores deportivos, y aunque apenas salía del recinto donde se daban las clases, un compañero me pidió que lo acompañase a una librería para comprarse él un tratado de fisiología deportiva.

Curioseando, encontré un libro: "Los tres pilares del Zen" de Philip Kapleau. Me fijé en él, pero nos marchamos sin que yo lo comprase. Al día siguiente me encontraba bastante mal, pues estaba acatarrado y deprimido. Decidí irme a comer en solitario después de las clases de la mañana. Pero me di cuenta de que no llevaba dinero encima, ni tarjetas de crédito. Además los bancos ya habían cerrado.

La evidencia no me bastó, y llamé a la puerta de una oficina, pero no me abrieron. Me tomaron como el estrangulador de Boston, no sé si por que hacía mala cara, llevaba la barba sin afeitar, gafas de sol, un chándal y una bolsa de deportes con un lanzacohetes dentro, supongo que en opinión del guardia de seguridad. Y reconozco que tenía pinta de mal pronóstico, pero eso era lo de menos.

El panorama era que ese día no iba a comer y, siendo que los catarros no me quitan el hambre, sino todo lo contrario, se me ocurrió ir caminado a un centro comercial que quedaba a casi tres kilómetros de donde me encontraba. Corría un viento cálido que me hacía transpirar, pero no echarme atrás.

Como era cliente del centro comercial solicité una tarjeta provisional. Comí y luego, ya recuperado de mi debilidad visceral, fui a echar un vistazo a la sección de libros. Lo que no sabía yo era que iba otra vez a darme de narices con el mismo libro. Y tuve la osadía de, por segunda vez, no comprarlo. En serio, los seres humanos solemos asistir a la procesión de la repetición, pero a veces uno se salta la regla, aunque en mi caso todavía no.

Casi al final del curso, un compañero (el mismo que la vez anterior) y yo, fuimos invitados a una cena. Íbamos en taxi y nos vimos envueltos en un atasco. Así que nos apeamos dos o tres manzanas antes del lugar al que nos dirigíamos y continuamos a pie. ¡Y vaya! Pasamos por la librería que por primera vez había visto el susodicho libro, antes de que cerrasen.




Mi amigo me dijo que aprovecharía para recoger su libro de fisiología, puesto que la vez anterior no lo tenían disponible y lo había encargado. En cuanto al mío, es decir, al que me perseguía, de una forma enigmática, ¡lo compré! ¡Lo juro! Esta vez algo me dijo que o compraba el libro de Zen o tendría pesadillas de por vida. Y a pesar de haberlo comprado las tuve, pues eso forma parte del aprendizaje. O dicho de otro modo: que hay que arrimar el hombro. 

Todavía conservo el libro y lo habré leído unas cuarenta veces. De veras. Pero la historia no acaba aquí, ni mucho menos. Unos años más tarde, unos alumnos míos compraron una nueva edición del mismo libro, pero debieron de calcular mal, ya que compraron uno de más. Resulta que yo había perdido la primera edición, en una mudanza, pero nadie lo sabía. Así que me lo regalaron. De pura ironía, dos años después, encontré el viejo libro, algo ya harto previsible para mí. 

En resumidas cuentas, que alguien me debía de estar gritando algo así como: "O te pones a meditar o te voy a dar la coña hasta el día del juicio final". Pero la génesis de las coincidencias no estaría completa sin otra historia que, para colmo de coincidencias, también tiene que ver con un libro. ¿Será que no les tengo alergia? Lo digo porque para una gran mayoría las letras vienen a ser desconocidas. 

Este libro lo recibí por correo, (creo que fue la primera y única edición en español, no estoy seguro). El título era: "El no hacer" y su autor Itsuo Tsuda. La diferencia esta vez fue que lo adquirí a la primera. Pero no lograba entenderlo ni por asomo. Recuerdo haber acogido la frase "movimiento regenerador" con la sensación fastidiosa de estar ante un jeroglífico, sobre todo, cuando la leía en japonés: Katsugen Undo. Y eso que ya estaba familiarizado con la nomenclatura japonesa. 

Acabé por arrinconarlo en una estantería, si bien no lograba quitarme el gusanillo. Algo me decía que tenía que descubrir aquello, pero no sabía cómo. Bueno, el caso es que el libro en cuestión seguía en la estantería. Naturalmente nuevas coincidencias empezaron a rondarme, y de vez en cuando aparecía sobre la mesa del escritorio o en el sofá como por arte de birlibirloque. 

Lo achacaba a que había sacado de la estantería algún otro título con prisas y que probablemente se habría caído, o vete tú a saber. Tampoco me apetecía ponerme a perseguir los duendes que mueven libros de sitio. El caso es que lo releía, una y otra vez,  sin enterarme de nada y luego devolvía el libro a la estantería. Me era de sumo interés, si bien aún no podía apreciar la razón. Ni agudizando el ingenio. Pero me quedaba abrirme a lo que estuviera por venir, aunque tardase. 

Al cabo de unos años fui a una tienda deportiva para comprarme un kimono, la cual no solía visitar mucho; de hecho, hacía mucho tiempo que no. En el mostrador ponían a veces folletos con información de algún curso, que solía curiosear cuando iba allí, pero no esta vez… porque tenía mucha prisa, la que tenemos por ser esclavos del tiempo, sin enterarnos, sin experimentar, sin gozar de la existencia eterna, o sea, sin lo que se diría no-tiempo. 

Total, que salí de la tienda, pero necesitaba apuntar algo en un papel, por lo que entré otra vez con la idea de coger un folleto y usarlo para escribir. No corras que viene curva. El folleto anunciaba un curso del tema del cual hablaba el libro, lo que jamás había visto en aquella tienda ni en ningún otro lugar. Y, en efecto, parecía estar esperándome, aunque suene demasiado idílico. 

Cosas así son las que te mantienen en ascuas y hasta te hacen reír. Pero así es como empecé a aprender el movimiento regenerador, lo que para mayor atino siempre ha compartido mi actual pareja. Es curioso que el libro en cuestión volviese a dar que hablar en cuanto a coincidencias, pues protagonizó otra de ellas. No sé por qué ocurrió así, pero lo importante es que la advertencia no es vaga: algo aguarda a que te des por enterado. Si parece vaga, en realidad la mente es lo vago. 

Ocurrió bastantes años después, cuando organicé un curso del movimiento regenerador. Una pareja que asistió me dejó estupefacto. Estaban de paso, por Madrid, si no, no habría tenido tanta gracia la cosa, digo yo. Pero ojo, lo que pasó: ¡se encontraron un ejemplar del libro "El no hacer" en un contenedor de basura! ¡Inaudito! Y bueno, podían haber ido a practicar allí mismo, pero dieron conmigo por Internet, sin que yo supiera nada. Dado que vivían relativamente cerca de mí, tuve la oportunidad de conocerlos.

¿Es que alguien los envió a contarme la batallita? Supongo que nadie va a levantar el dedo. Y tampoco creo que Dios vaya a confesar ninguna de sus fechorías, aunque estoy por pensar que todas sean por nuestro bien, atendiendo a que el Universo quiere experiencias vibrantes y no rutinas exasperantes. Pese a que el ser humano no sepa librarse de revivir las rutinas que llama realidades. 

Lo importante es que, bromas aparte, los ojos se me humedecen al recordar estas cosas. ¡Qué digo! Lloro como un descosido, me emociono a lo bestia. Y he de reconocer que en muchas ocasiones, cuando recuerdo las veces que en el pasado he creído que la vida me había negado ciertas cosas, me echo a reír aún más y sin piedad. En serio, y es que no hay para menos, porque no existe potentado en este planeta que posea lo que le cae del cielo al que rompe el caparazón de los sentidos. 

Tal es la sentencia del destino. ¿Cómo se explica su excepcional puntería? Quiero suponer que uno algo invierte en las cosas que le suceden, o más que algo. No sabemos dónde cuándo ni cómo se fraguan, pero las cosas no dejan de suceder y con su respectiva correlación. Nada pues tendría sentido sin dicha correlación y sin cada instante a vivir. 

La vida está hecha de instantes y no me cabe duda de que tú también tienes muchas cosas parecidas que contar; lo que sí es seguro es que tengo la sensación de que nos conocemos desde siempre, lo que me importa bastante, siendo que todo está relacionado y unido por un amor incondicional, más allá de las coincidencias. El resultado más inmediato es que sentimos curiosidad y el que aflora a largo plazo es que todos estamos unidos por algo muy especial. Encontrémoslo. 

domingo, 8 de noviembre de 2015

Tu mente se hará pedazos, te dejará libre

Todas las épocas son iguales, todas las sociedades tienen la misma raíz, los problemas son idénticos en el paso del tiempo. Los hechos, las maneras de pensar, las barbaries… se repiten sin cesar. El progreso no da bienestar, sino ataduras, facilita la servidumbre.

El hombre vive inconsciente de su demencia. No se conoce a sí mismo, ni siquiera a su propio cuerpo. Las gentes vagan como fantasmas, mueren y resurgen en el mundo de la ilusión, como el ave Fénix, pero sus cenizas son un espejismo.

En su locura, el hombre sueña dentro de un sueño, cree en realidades que conoce, pero no en la realidad que desconoce, goza de identidades que son una invención, como casi todo aquello con lo que tiene que enfrentarse.

Existe esa parte oscura que todos tenemos que nos obliga a vivir y morir ciegos y rabiosos, pero siempre habrá una oportunidad. Échate sobre la arena de la playa, deja brotar las reminiscencias tan deliciosas de aquella vez, al nacer...  y recobra la vista.

Ladéate en la dirección en que viene la música. Siente el aroma que trae el viento, nota el calor en la piel y el agua fresca que la acaricia. Mira lo que vive, no lo que muere, la civilización, lo que hay delante de ti son los colores nítidos de la naturaleza. Siente los desagrados y los agrados en el cuerpo, y luego grita: ¡estoy vivo! No necesitas nada para vivir, y menos un yo infame que hace mucho que está muriendo.

La evolución tiene matices indefinidos, pero mira de mantenerte como un recién nacido durante toda la vida, pues la vida no se interrumpe por nada, cuando es real. Sé lo que eras antes de nacer tú, incluso antes de nacer tus padres, antes de la primera ameba. Abandona el antro de la ilusión y halla la vida en la eternidad del ahora. Pero el ahora ya ha muerto después de haber sido experimentado, refréscalo en cada instante.

No aceptes nada del pasado, no te entretengas con nada del futuro. Solo entrégate a la actividad de lo que haces. Si hay algo que quieres, el pasado y el futuro lo impedirán. Sobre todo, tu despertar. Si despiertas, el cielo y la tierra se girarán en un estremecimiento sin igual, tu mente se hará pedazos, te dejará libre.



miércoles, 30 de septiembre de 2015

La masa inconsciente

Vivimos sobre la red irrompible de la masa, somos la masa. Conservamos el ansia de poder haber sido individuos o el vago recuerdo de haberlo sido en algún momento y lugar, pero lo poco que queda del individuo está extinto. No obstante, la suma de individuos no es la masa, pues esta es una forma mental e inconsciente con identidad propia y que se empieza a crear una vez los individuos aceptan esa identidad.

Funciona así: los individuos se identifican con una identidad global y eso ocurre cuando las identificaciones personales han hecho su trabajo. Pero veamos primero qué son las identificaciones y hasta dónde llegan, porque tal vez temamos lo peor y eso es lo que está ocurriendo: lo peor. Porque todo tipo de identificaciones son disfraces y cuando yo sugiero, anda, sé tú mismo, viene la pregunta: ¿qué es ser yo mismo? Aparenta ser una rebelión moral contra la masa omnipotente. La imagen se esfuma en el aire.

El hombre tiene una identidad para que los demás sepan quién es; forma parte de la organización social, pero ¿quién es uno para sí mismo? Esta es la cuestión, pero tiene demasiados ingredientes y poca alineación con el auténtico destino humano. La verdad es que una identificación no deja de ser una reacción al entorno, pero inconsciente. Eso, sin contar con que una reacción es una decisión, ultra rápida, muchas veces influida por el miedo.

Una reacción no es mala, es supervivencia pura, lo malo es que sea tan inconsciente que uno no sepa ni qué ha ocurrido. No lo sabe, tan poco sabe que se identifica con aquello con lo que ha reaccionado, se convierte en eso mismo. Así pues, se identifica con el dolor, la enfermedad, un pasado traumático o nostálgico, un futuro terrible o lleno de anhelos, o tal vez con el alcohol, las drogas, emociones negativas, el bien, el mal, etc. Se entra en un espiral descendente como ser humano, aunque se vea a veces como ascendente a la gloria.

El dolor físico y emocional ocupa el primer puesto en la escala de identificaciones, de manera que uno mira su pasado negativo y se identifica con lo que percibe. Y lo que percibe es menos cuanto más se acerca a la masa. En última instancia uno se identifica con la vida en el infierno, porque se acostumbra a él. No me opongo a que no sea fácil ser consciente de lo que pasa en uno mismo, pero me parece hasta ridículo el embotamiento con que se vive. Si lo veo ridículo es por no verlo dramático, tan trágico destino. ¿Y a dónde nos lleva ese destino?

¿Quién puede creer de verdad que nos lleva a alguna parte? Damos vueltas en círculo y excusas no faltan, por ejemplo, cuando uno se siente mal emocionalmente se refugia en la depresión, la cual es un sustantivo que permite la identificación. De este modo, se falta al trabajo que queda por hacer: el de seguir adelante sin hacer aspavientos. Con mayor razón porque sentirse mal o bien no son más que vaivenes. ¿Y qué son vaivenes?

Hay gente que cree que nada cambia, ni lo bueno ni lo malo. Mientras lo creen, tienen muchas cosas en la cabeza, desde preocupaciones por la compra de Navidad hasta por cuándo entrar en bancarrota o enfermar. Pero tiene prioridad lo que les digan. La masa alecciona a la masa, le proporciona un atajo en cuanto a identificaciones y reacciones, la cultura se ciñe al compromiso con la masa. La ignorancia no se ve tan mal como cabe suponer, pues es cómoda para ambas partes de masa. La vida sigue incólume en su rutina y repetir es infernal, pero parecerá celestial, mientras nadie lo sepa.

Se sigue la corriente de no sabemos qué, ni por qué. Gozamos de los placeres cómodos de no pensar, de no sentir pulsiones, de solo usar lo ya inventado, de no colaborar en la vida; sentimos apetitos insaciables y otros nuevos apetitos que antes no existían. Pero lo más placentero es que alguien se ocupe de nosotros, bastándonos con caminar enfilados en el rebaño del inconsciente colectivo.

Ese inconsciente es el que conduce a la masa, pero se oculta tanto que ni parece existir. Por eso queda en entredicho si es la maldad, la bondad o la ignorancia lo que es inherente al ser humano que no piensa, que no lee, que no quiere saber, que no quiere mirar en sí mismo, ni en el espejo de la realidad, pero que vegeta en todo su esplendor y gloria. Pero no toda la población terrícola es masa, si bien el porcentaje de unos y otros es explícito. Un montoncito de individuos despiertos contra toneladas de seres dormidos, muchos de los cuales se creen despiertos.




Diría que a mí me ha costado muchos años asentarme en el montoncito, pero no es bastante, temo por lo rápido que pasan los años y lamento el poco tiempo que me queda para no dormir en los laureles, pues el verdadero sentido de vivir es despertar de un sueño. Y tengo que reconocer que dormir es más cómodo y menos sufrido, pero una vez comienzas a desperezarte ya no hay marcha atrás. Pero supongamos que pudiese haber algún fallo, y sin duda los hay.  

Es por eso que hay que sudar la gota gorda para mantener los párpados abiertos, controlando la tentación de tirar la toalla, aunque ya he dicho que no se puede, pero tampoco se puede despertar antes de tiempo. El árbol recién plantado no da fruto y tampoco lo da el que está mal tratado. Aparte, la rutina vulgar de la masa se impone con violencia y lo más que te permiten es aislarte en tu mundo infantil, como un pobre tarado.

No se trata de luchar contra espíritus vulgares que se identifican con todo tipo de cosas, que se aburren y que buscan solazarse para evitar la soledad del hastío. Se trata de comprenderlos y reivindicar solo el derecho a ser uno mismo, aunque a algunas personas (del montoncito) les pone rabiosas que gracias a la masa la manipulación haga estragos y el mundo sea un caos.

No se puede evitar en ningún contexto y luchar contra eso resta energía, vitalidad. Esta debe usarse con uno mismo, con todo su egoísmo, que es lo que se encuentra en el susurro de “que se apañen”. Ni se puede ni vale la pena luchar por ello; lo he aceptado con mi propia familia y amigos, la gente vulgar que te rodea, los ames o no. Pero no se entienda la palabra vulgar en sentido despectivo, sino literal, es decir, corriente.

No tengo nada contra lo corriente, excepto si se me obliga a mí. Confieso aquí que si hay algo que no soporto es “lo mismo”, pues parece un mantra de la repetición. Pero es el condicionamiento lo que lo sostiene, casi todo se hace inconscientemente, y esta es la clave: hacer las cosas conscientemente. Solo así se sabrá si son mejores o peores, útiles o inútiles, lógicas o ilógicas, etc. Si no, uno duerme.

Observo pautas de personas allegadas que no han cambiado un ápice en los últimos treinta o cuarenta años. Peor que no cambiar es que no vean tus cambios y que te traten como el que eras hace años. Da la impresión que muchas personas no sepan hacer algo que pueda considerarse diferente. Ni tan siquiera probar un plato que jamás han comido. Sin embargo, lo más significativo es que el mundo sea un caos y que tantas personas no lo sepan, pues su pensar inconsciente los proyecta varias décadas atrás. ¿Pero por qué es un caos?

Precisamente por la inconsciencia. Solo imaginemos la inconsciencia en la ciencia, en la legislación, la educación, la economía, etc. Hay cambios técnicos pero no internos, no espirituales, y a todo se le da la vuelta: la verdad es la mentira, la realidad la irrealidad, lo racional lo irracional.  

El proceder de las personas es alarmante. Es difícil hablar con alguien y que te atienda sin mirar el móvil o la televisión. Pero si dices algo que no va en la corriente o te ignora o te mira como si fueras alienígena; en el peor de los casos se enfurece una vez le has tocado sus creencias, las colectivas, claro está, porque ya es de dudar que uno tenga creencias propias. Muchos caminan, se mueven como somnolientos, se entregan a la facilidad de lo que hacen todos.

Por lo que a mí respecta, sigo alabando el criterio propio. ¿Y qué hacer entonces? Lo que muchos intentan hacer es cambiar el mundo, pero eso es la expresión más elevada de la imposibilidad. Uno debe cambiarse a sí mismo, solo a sí mismo, repito. Eso es descubrir la verdad de ti mismo y eso es bastante, porque es un sentido para la vida y resulta fascinante.

El único inconveniente es descubrir la verdad por boca de otros, porque estamos así sujetos a otra posibilidad de engaño. De todos y de todo hay que aprender, pero si uno no mira en su interior y construye un criterio propio de grandes dimensiones no descubrirá nada, solo seguirá una pauta o muchas, aunque sean prometedoras de mejora. También es cierto que cualquiera puede inventar un sinsentido y convertirlo en una verdad majestuosa, pero para eso está la capacidad de discernir, la honradez y la práctica.

La práctica, por otra parte, es observar la propia mente. Mucha gente habla, algunos quieren ser menos masa y más individuo, pero si uno no se observa a sí mismo y vacía su mente de porquería no pasará de filosofar en vano. Uno mismo es su eterna servidumbre y proclama una libertad que no quiere gozar fuera de su propia jaula. ¿Acaso se quiere gozar dentro?

¿Por qué se queja uno entonces? La gente discute porque la mayor identificación son las palabras, lo que se dice va a misa. Pero lo que se dice vale poco comparado con lo que se siente. Y si no ha llegado la hora de sentir e intuir, de nada habrán servido los dos mil años de pretendido modernismo, en el que todo está sujeto al artificio.

Que se no se deje de pensar en cómo de normal es el sufrimiento humano para unos seres (humanos) que se creen progresistas, pero lo único que aumenta es el dinero que unos ganan y otros pierden. Aunque de ese sufrimiento no hay más responsable que la propia masa inconsciente.

domingo, 3 de mayo de 2015

Taiheki. El dilema del comportamiento humano y el exceso de energía

Este es un breve extracto de mi libro: “Taiheki. El dilema del comportamiento humano y el exceso de energía”, un paradigma diferente sobre el modo de actuar de cada individuo.

Siendo que el comportamiento y la energía van de la mano, con respecto al ser humano, la sucesión de tales eventos ha de contemplarse también en el marco de las variables, es decir, de las fluctuaciones, y la energía es el núcleo del movimiento.

Las fluctuaciones están en la naturaleza, en la vida, diría incluso que la vida es fundamentalmente eso: fluctuaciones. Eso son las estaciones, las mareas, el clima, el día y la noche, etc. Pero lo que más nos importa ahora son las fluctuaciones en el marco del comportamiento, tomando como base el ánimo.

Las fluctuaciones, en este sentido y de un modo resumido, nos indican las variaciones de tensión y relajación. Tanto una como la otra suceden en lapsos de tiempo que se repiten, por consiguiente hay periodos en que se tiende a la tensión y otros a la relajación. Es algo absolutamente normal. El estado de ánimo deriva de esto, y el hecho de que en un periodo el estado de ánimo sea bajo y en otro alto es también normal.

El ánimo sube junto a la energía, de modo que uno está, no solamente animado, activo y pletórico, también a veces irritable, pero si baja uno se encuentra desanimado. Sin embargo, es fácil poner etiquetas que apunten a lo definitivo. Es fácil entonces ser una persona depresiva, hipocondríaca o nerviosa quizá, etc.

Es como querer congelar el ánimo, mantenerlo en un frigorífico en unas condiciones de permanencia que no existen. Aparte, también hay variaciones en el apetito, el sueño, los deseos, el interés por algo, la concentración, la atención, el rendimiento, el estudio, la inteligencia, las preferencias, etc. Pero observa a tu alrededor que hay contrariedades que superan la lógica y derivan en paradoja.

Cuando uno está en un periodo activo debería aprovecharlo para hacer muchas cosas que desea hacer y cuando está en declive debería aprovechar para descansar. ¿No es así? Pues no tanto como parece. Cuando uno está en un periodo de actividad cree que debería descansar, y cuando está en un periodo de inactividad cree que algo le pasa y que debería reaccionar.

Así, las fluctuaciones se convierten en posibles anomalías. Pero comprender las fluctuaciones nos va a liberar de preocupaciones innecesarias, aceptarlas supone liberarse de ciertas anomalías definitivamente. Es como utilizar las fluctuaciones con la finalidad propia de crear armonía en los quehaceres y en el sentir de la vida. En realidad se trata de permitir que la energía fluya.

Gran cantidad de problemas se evitarían en el contexto laboral, escolar, familiar, etc., si se admitiera que nadie puede rendir siempre igual, que nadie puede estar siempre contento, ni inteligente, ni eficaz, ni simpático, ni un etcétera prolongado. Ni tampoco lo contrario de estas cosas. Si un niño no rinde en el colegio, entonces es un perezoso, si un adulto no rinde lo mismo que siempre en el trabajo se ha vuelto un vago. Incluso si un hombre no rinde lo mismo en el sexo es que se ha vuelto impotente.

En definitiva, tenemos que comprender la relación entre tensión y relajación. En cualquier caso, la falta de comprensión no hace más que acumular una energía que ha dejado de fluir, al menos correctamente. Las tensiones se acumulan en un punto crítico de exceso que afecta a partes concretas del cuerpo humano, y que se observan en la postura y el movimiento.

El movimiento, tome la forma que tome, es un hábito corporal o Taiheki. Surgen unas tendencias y un tipo de reacción a las fluctuaciones de la energía, dependiendo de la sensibilidad. Haruchika Noguchi hizo, a este respecto, una clasificación de los movimientos que dan lugar a pautas de comportamiento.

Estos movimientos son: vertical, lateral, antero-posterior, de torsión, y de abrir o cerrar la pelvis. A su vez, estos cinco movimientos se dividen en «tipos impares» que derivan de un exceso de energía y «tipos pares» que derivan de un déficit, debido precisamente a las fluctuaciones. Es algo que cualquier persona puede comprobar si observa que, por ejemplo, unas personas caminan elevando los talones, otras en un balanceo de izquierda a derecha, otras inclinando el tronco hacia delante o atrás, etc.