domingo, 5 de enero de 2020

Realidad, atención e imaginación.

De tan numerosas no sabemos cuántas posibilidades hay de ver una misma cosa. Sin embargo, seleccionamos una sola de ellas con el sobrenombre de “realidad”. Esta se basa, no en lo que es, sino en la dualidad, sí o no, blanco o negro, etc. Es una visión dualista que parece completa pero que, sin embargo, es tan somera que es cuestionable. Cada parte se divide además en más partes y cada una de ellas en otras tantas más.

Para los seres humanos lo real es lo parcial que vemos, una cosa se divide en partes observables. Sin embargo, los científicos saben que la observación conduce a otra realidad, porque influye en lo observado. Asimismo, lo observado influye en la observación y en el observador. Algo así lo dijo un físico, Werner Heisenberg, pero también los maestros Zen.

La realidad es una idea sobre la realidad y las tareas intelectuales consisten en ordenar las cosas según esa idea. Pero si la realidad no es exactamente la realidad, el esfuerzo es asimismo cuestionable. Hemos aprendido que los calcetines se guardan en un cajón; no pueden meterse en el frigorífico junto a la mantequilla, por ejemplo. ¿O sí se puede?


La realidad se presenta en lo definido de una cultura bajo el lema de “normalidad”, lo que se impregna a su vez de atribución moral, cultural, incluso científica, o hasta espiritual. Pero no necesariamente natural, ni tan objetiva como uno piensa. Ni por supuesto tan definida, solo tenemos que recordar la última vez que vimos una película. ¿Qué emociones nos suscitó?

Supongamos que ver la película nos hizo llorar, o reír, o tal vez nos motivó tanto que nos hizo saltar del asiento. Uno se mete dentro de la película y la vive como si fuera real, aun sabiendo que es una ficción. Lo que hemos hecho es transmutar la ficción en realidad, lo que tiene el suficiente impacto en sucesos cotidianos; más aún cuando se trata de enfermedades, al considerar cada fluctuación del cuerpo aparte de la naturaleza, mirando hacia el lado de la realidad elegida. 

La persona sana se vuelve enferma por causas que no sabemos si son lo bastante reales. Son estos aspectos dualistas de la vida que no existen en la naturaleza. Pero puede hacerse lo contrario, como al dejar de considerar una anormalidad lo que solo es una condición natural. En el contexto de la psique, lo que es una forma de ser, libre de lo preconcebido, como si se es introvertido o extrovertido, hiperactivo, insociable etc., o la simple orientación sexual.

En un sentido diferente, la lógica puede quebrarse ante la contradicción, como es el caso de la histeria. La persona más sana puede recrear toda clase de síntomas o de realidades a nivel físico. Asimismo, la que es hipersensible. O, al contrario, la persona enferma no sentir más que siente un pedazo de cartón. ¿Dónde encontrar pues la realidad?

La realidad es desconocida y lo normal es pura ilusión. Lo que es normal para el gato es anormal para el ratón; servir de comida (o de juguete) es una injusticia para este último. También para la mosca que cae en la telaraña. La justicia en el mundo humano se vuelve de igual manera una ilusión. También así, la mente enredada en el pasado y esperanzada en el futuro. O toda una serie de creencias manufacturadas.



Según Dante, en la puerta del infierno había un cartel que obligaba a abandonar toda esperanza, lo cual resulta lógico según la idea que se tiene del infierno. Sin embargo, ese cartel debería estar a las puertas del cielo, porque el cielo no es un lugar, es un estado mental (que tal vez sobreviva a la muerte) libre de conceptos, de realidades ideológicas (esperanzas), solo accesible a lobos solitarios, sea de la mística o de la naturaleza. O de ambas.

A pesar de todo, el ser humano cree en la realidad, sea social, intelectual o espiritual. “Esto es así y no puede ser de otra manera”, se dice a sí mismo. La fragancia de una colonia es algo que para los seres humanos huele bien comparado con el estiércol que huele mal. Pero la obviedad de la conclusión se trastocará si se tiene en cuenta que un perro prefiere oler los traseros de otros perros en vez de jazmines.

La India es tierra de gurúes, quienes son admirados y reverenciados allí, mientras que en el cartesianismo de Occidente se tiende a verlos como unos alienados. Sin embargo, hay quienes piensan lo mismo de las religiones en el marco de la espiritualidad. También la ciencia trata así a los naturalistas y viceversa. En todo caso, el ser humano tiende a monopolizar la realidad, cosa imposible en otras especies para las cuales vivir es lo único real.

En cuestión de ficciones, la más “real” de todas construida por el ser humano es el dinero. Para él es la quintaesencia de todo, pero un perro o una vaca harán pis encima de algo que no huele a nada interesante. Claro que nosotros no somos perros ni vacas, tenemos el don de convertir una cosa en otra, como un medio en un fin, o el bien en mal, aunque también lo contrario, aun cuando sea menos probable. El asunto estriba en qué parte elegir en favor de una realidad.

Por otra parte, la atención está ligada a la realidad de una experiencia. Por ejemplo, cuando la atención está atrapada en el tiempo. Este pasa rápido cuando estamos a gusto con alguien, cuando nos sentimos bien, pero pasa lento si estamos a disgusto o haciendo cola para algo, o si nos sentimos mal. Es una ilusión que, sin embargo, se vive como real.

Nos enfrentamos por lo tanto a dos realidades básicas: la que procede de la percepción sensorial y la del significado que damos a lo percibido. Dentro de ese significado se decide si algo tiene o no sentido, solo que no es tan posible como nos parece. Incluso las piedras podrían llegar a ser el producto de una construcción del sistema nervioso. Pero no importa; al menos, no tanto como el tictac del despertador.



Es suficiente para no poder dormir y sí en cambio viendo la televisión. Si alguien nos da una buena noticia, en ese instante ignoramos lo que otra persona nos dice de menos importancia. Un insulto, un halago, una amenaza, son cosas que acaparan toda la atención. La realidad de cómo se siente uno cambia por momentos.

La publicidad absorbe y retiene la atención; las tendencias, la moda, son realidades creadas de esta manera. La materia prima de un ilusionista es la atención del espectador. En general, la atención se mueve hacia lo que uno desea, pero también da subsistencia a lo que no se desea. Eso incluye también a una dolencia física. Si la atención en ella es exagerada el malestar aumentará y tardará más en desaparecer.

La atención y toda clase de realidades se hallan además influenciada por lo que los seres humanos compartimos a un nivel no consciente; es el llamado “inconsciente colectivo”. De esta manera, una realidad supuesta se desarrolla con rapidez y fuerza. Más todavía si se miente, de manera que la farsa remueve aún más el fango del sentido o sinsentido de la realidad. Y el mundo tan virtual de hoy, se vuelve una especie de mecenas de aquello que de por sí ha sobrevivido a todas las épocas.

Sin embargo, aun creyendo que se dice la verdad esta seguirá sin ser la realidad. Por eso sería interesante cultivar el criterio propio impregnado de cierta libertad. Pero cualquier ideología dice apoyar ese criterio que al final va a apoyar a una realidad creada en la mera percepción. Desconocida, tanto como la vida y la muerte, y tanto como uno mismo.

El ser humano se contenta con la imagen de patrón que se crea de sí mismo, pero tanto si esta es grandiosa como minúscula estará lejos de la realidad pretendida. ¡Y cuán ignorantes somos con tan pobre imaginación! Está enfocada a la promoción de un ego, ya sea humilde o soberbio, el cual preside el centro de la realidad construida día a día.

Más allá de la realidad está el sentido de la vida. Pero por mucho que se busque no se encontrará tan fácil. Se encuentra cuanto menos se busca y cuando menos se espera. Pero eso sí, hay que estar receptivos y, evitando en la medida de lo posible la rutina, usar la imaginación sin patrones. Esta es prodigiosa cuando rompemos el límite de las realidades autoimpuestas.

Así, cada realidad, cada creencia, se vuelve como la ropa que tenemos en el armario. Uno se viste con lo que cree que ese día le va mejor. La ciencia se transforma en mi ciencia, la vida en mi vida, incluso Dios en mi dios. Unos creen y otros no en base al sentido o sinsentido. Pero existimos (coexistimos) en un universo que aparenta ambas cosas, y por eso a mí me sirve la imaginación a la cual, en mi caso, Dios responde. Ambos nos liberamos de los patrones fijos.

A pesar de todo, los supuestos sobre la realidad pueden ser de cierta utilidad, siempre que uno no se apegue ni se deje engañar por ellos. Porque si se deja engañar corre el riesgo de enfrentarse a, como señala Oscar Wilde, dos formas de desdicha: una es no conseguir lo que uno anhela en la vida. La otra es conseguirlo y puede ser mucho peor. Porque se pierde la satisfacción que solo se encuentra en el camino a recorrer. En cuanto a la meta, mejor que no sean trivialidades, ni espejismos de vanidad.

No siendo pues los seres humanos como un clavel o un perro, satisfechos ambos de vivir y de sí mismos, podría ser útil tratar de conocernos a nosotros mismos. Lo que de ello resulte todavía no se parecerá a la realidad, pero tendrá más sentido que proclamar el saber de una realidad “secreta” que el Universo guarda con recelo. La naturaleza que se muestra ante nosotros y dentro de nosotros es lo que más sentido tiene.

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