domingo, 22 de mayo de 2016

La escritura mágica

Ni la literatura ni la ciencia podrán explicar algo que subyace en las capas más profundas del misterio. La frase: “escritura mágica”, sugiere que el acto de escribir es creativo y por consiguiente mágico. Tiene sentido porque es “moralmente racional”, y lo aceptamos en cualquier campo del saber humano, la literatura, la música, la pintura, etc., pero, ¿y si no estuviéramos hablando de esa clase de magia?

No, la magia de la que voy a hablar es más literal; entonces se verá como “inmoralmente irracional”. Pero se vea como se vea, ahí está, sucede sin tener que mendigar explicaciones, dejando aparte a esa dama tan encantadora, refinada y beneficiosa al hacer humano: “la congruencia”.

Es una buena compañera, pero es también muy severa cuando decide probar si somos individuos reales o meras patrañas. Hasta se ríe de nosotros, para disipar los humos de la vanidad. Todo depende de lo que uno haga, escriba en este caso. Si escribes de crecimiento personal, aunque solo sean ligeras connotaciones, echa a correr porque la dama de la congruencia irá a por ti, te escondas donde te escondas.

Otra cosa es que uno no pueda o no quiera darse cuenta, pero, si somos conscientes, tal vez lleguemos incluso al “poltergeist” emocional. No, no exagero, pero será mejor que cuente mi experiencia, no vaya a ser que las letras empiecen a moverse y saltar fuera del blog; sería un caos para mis visitantes y un problema para los exorcistas semánticos. Pero veamos cómo la congruencia se ha ensañado conmigo.

Empezó a suceder cuando más descuidado me encontraba, aunque poco a poco conseguí verla venir con cierta anticipación. Acabé por preguntarme ¿qué sucederá por escribir esto…? Tomaré como ejemplo una de mis frases más apreciadas por mí: “En una situación difícil tenemos que mantener el estado en el que el pensamiento no sea un estorbo”. Cuando la escribí, no hace mucho, pensé: “prepárate”.

En los días subsiguientes me vi envuelto en varias de esas situaciones, aunque no extremas. Y eso que, por norma, solo escribo aquello de lo que estoy seguro de poder hacer y que por supuesto hago. Pero la dama es muy exigente y siempre te pide más, y más…

—Estoy siendo congruente con lo dicho, ¿qué más quiere usted, señora? —le digo a la dama.
—Quiero asegurarme de que no se te ha olvidado —me responde ella.

Podría poner cien mil ejemplos, incluyendo lo que enseño (digo) en mis clases, pero el más conmovedor es el de escribir un libro. Se dicen muchas cosas en él. Pero si son varios o muchos, es mejor salir a la calle con coraza; la dama te importuna, te acribilla el temple hasta dejarlo como un colador, lleno de agujeros. Si resistes la embestida, se retira a descansar o la toma con otro que también tenga la consciencia despejada.

Imagina lo sufrido que es una exigencia tan alta en un mundo incongruente, cínico, más bien. Pero no puedo quejarme, a fin de cuentas, yo soy el único culpable por haberle declarado mi amor a esa dama tan desenvuelta y atractiva. Ese amor no te lleva al triunfo, pero sí a amar lo que haces y que sea lo bastante real como para hacerlo sin remordimientos.

Siempre somos puestos a prueba, escribiendo o haciendo cualquier otra cosa. Pero no deja de tener su lado divertido, ¡y su lado constructivo! Solo hay que imaginar qué ocurre cuando la prueba se supera y la dama te sonríe. Por otra parte, no es posible eludir la prueba, solo ignorarla, lo que equivale a retrasarla.

Pongamos por caso, que escribía un capítulo en el que se mencionaba algo que tuviese que ver con la calma. En tal caso, las turbulencias me rodeaban como un tornado. Si se trataba del coraje ni qué decir. Escribir un libro es pasar mucho tiempo en tu interior y al acabarlo tienes que mirar su simbolismo y darte cuenta de que estabas ignorando que eso estaba dentro de ti.

Después de finalizar cada libro, me he dado cuenta de que no venía de ninguna parte ni iba a ningún lugar. Y lo mejor de todo: que solo se escribe algo bueno (o se hace lo que sea), en los momentos en los que el “yo” deja de existir. ¡Eh! ¡Ahora sí que podemos hablar de magia!

No obstante, quiero mencionar también una parte que se halla en el epicentro de la magia para niños. Creo que es la más divertida. Como ejemplo, sirve una novela que estoy terminando y que en breve será publicada. No diré el título ni de qué trata, porque no es el momento, solo mencionaré una tormenta y a un hombre que aparece con un chubasquero rojo.

Uno de los protagonistas recibe una gran lección (una de tantas) ante la presencia de ese hombre y en medio de una tormenta que se forma en pocos minutos. Pues bien, pocos días después de haberlo escrito me vi en una repentina tormenta (con la consiguiente prueba de aprendizaje) y al girar una esquina… alguien tropezó conmigo y… ¡llevaba puesto un chubasquero rojo! ¿Cómo se puede digerir esto?

La verdad es que nunca la ironía, la paradoja más bien, había sido tan literal, ni mucho menos. Después del asombro me estuve riendo varios días. Sin embargo, no estaba tan asombrado, puesto que desde que empecé la historia no han dejado de ocurrirme cosas. Y eso está bien, al menos sé que vivimos en un Universo al que se le da muy bien el humor Zen.

O puede que yo lo vea así al no soportar la seriedad de los tecnócratas y tragamundos. Me viene a la memoria la historia de un maestro Zen muy risueño. Se dice de él que pasara lo que pasase, siempre reía. Me siento pues afortunado porque la vida me dé lecciones sin quitarme la risa ni la alegría. A la hora de escribir, sé que las letras no son mera gramática, y que incluso por encima del arte, son mágicas.

Sin embargo, el asunto no acaba aquí. Leer es también una de las grandes maravillas del mundo. Pues bien, si leemos con ánimo de crecer, la dama nos visitará para ver si es verdad que hemos aprendido algo de aquello que nos ha gustado tanto. Pero no te asustes, no vaya a ser que baje el nivel de lectura, pues ya está… casi en el núcleo de la Geosfera, medio fosilizado.



domingo, 1 de mayo de 2016

Zen sobre ruedas

Tal vez seamos una especie compleja, pero lo cierto es que la mente se halla dispersa, tanto más en una época tan estresante. Esto afecta a todo y el hombre moderno se limita a hacer uso de los condicionamientos básicos. Pero, ¿qué hay de una lucidez costosamente ganada en pro de un poder inmenso? Nada de nada. Pensándolo bien, tiene su gracia: odiar las tinieblas cuando se podría encender la luz.

Sin embargo, no se trata ahora de volcarse al misticismo, buscando la gran liberación. La vida cotidiana ofrece grandes oportunidades y una de ella es el instante de conducir un vehículo. En realidad es un instante como cualquier otro, pero es más que substancial. Tanto es así que de paso preservamos nuestra vida y la de otros.

Cómo conducir puede ser interesante. Lo primero es dónde y eso nada tiene que ver con el trayecto, sin con esto otro: AQUÍ. ¿Dónde iba a ser si no? La mayor parte de la gente, sin embargo, no conduce aquí sino en cualquier otra parte. La prisa por llegar, la obsesión por ponerse delante de otro vehículo, etc., dan cuenta de no estar aquí. Ni siquiera haber tenido un accidente impide seguir conduciendo en el mapa mental, en vez de en la carretera.

Y ese es un problema fundamental: creemos que el mundo y lo que hacemos en él es lo que tenemos en la mente. ¿Vamos a cambiar el mapa por la realidad? Pero la realidad es “aquí”. Ese lugar por el que pasamos continuamente y del que nunca nos percatamos. En resumen, que uno conduce pensando estar en una infinidad de sitios, todos menos la carretera que pisan las ruedas de su vehículo.

En segundo lugar está la cuestión de cuando conducir. No puede ser en otro momento que: AHORA. Pero la mente divaga en lo que pasó ayer, la semana pasada, o lo que pasará mañana, cientos de recuerdos, ideas, planes y proyectos, etc., tienen lugar; es como si uno decidiera aprovechar el tiempo mientras conduce.

No es de extrañar darnos con una roca, dar unas cuantas vueltas de campana o colisionar contra alguien. ¡Qué fatalidad! La verdad es que sí, es una fatalidad no saber estar “aquí y ahora”. Así que ni siquiera hace falta el alcohol o las drogas para que uno se convierta en un peligro letal. Basta con ser un ser humano poseído por monos parlanchines que no cesan de chillar en las cabezas.

Acaso exagere, pero siempre que uno tiene un accidente, ya sea de tráfico, laboral o doméstico, si uno es víctima de un delito, incluso si es asesinado, siempre ocurre estando distraídos. No quiero decir que no se pueda tener un accidente sin estar distraídos, pero es poco probable que uno no esté distraído en el momento fatal.

Por otra parte, están los roces verbales o físicos, las disputas de tráfico. Estas se relacionan nuevamente con no estar aquí y ahora. Por el contrario, nos entregamos al verdugo del estrés y malgastamos una cantidad de adrenalina que al cuerpo no le sienta nada bien. A la capacidad de conducción le sienta peor que nada.

En un atasco los conductores no paran de tocar el claxon y hacer aspavientos con las manos y gestos faciales, por no decir de los improperios que salen por sus bocas. Pero esta actitud no solo es estúpida, también es ingenua, porque uno lo hace pensando que de ese modo se deshará el atasco. O tal vez se quiere desahogar, o simplemente quiere irritar a los demás para hacer justicia. Se convierte en un Robín Hood urbano, sin flechas que disparar.

El corazón sufre y al final termina uno sufriendo un colapso. Pasa lo mismo en el trabajo o en cualquier discusión, pero casi nadie sabe que eso es lo que pasa. Y si hacemos mal la digestión será culpa de "otros", no de la mala gestión de nuestro propio pensamiento. No en vano menciona Budha el “recto pensamiento”.

Conducir no es prepararse para correr en la fórmula I, pero hacerlo un poco a la manera Zen proporciona seguridad, tranquilidad, consciencia, y de paso un trascendental ahorro de dinero (en multas), por no decir de evitar que el vehículo quede despachurrado, o peor, uno mismo.

Después de todo lo dicho, explicaré las reglas, pero no olvidemos que hay que poseer una gran fuerza de voluntad para no caer en lo que espanta a todo ser humano: “aquí y ahora”.

Primera regla: atención y concentración

La ATENCIÓN consiste en atender a algo o alguien, ser consciente de ello. Pues bien, la atención es única y exclusivamente para la carretera. Es como si mantuviéramos un romance con ella, es nuestra amada y no vamos a decepcionarla. Todo nuestro ser se vuelca en ella. Todo lo que no sea ella se excluirá, nada de infidelidad que a larga resultará fatal.

Una de las infidelidades que más nos roba la atención es ese vehículo que tenemos detrás y que nos quiere dar prisa mordiéndonos en el trasero. Así pues, no hay ni que mirarlo. No existe, excepto para controlarlo.

La CONCENTRACIÓN es el esfuerzo para manejar la atención, por así decirlo. Esta es la parte más bonita, porque, así como no puedes comerte un bocadillo de tortilla mientras conduces, sí que puedes hacer Za-zen, meditación. Debes, más bien. ¿Y cómo se hace eso en la carretera? Observando todo lo que se encuentra en la carretera, sin pensar en nada.

Se trata de observar el aquí y ahora. Es decir, los vehículos, las señales de tráfico, los pasos de cebra, los semáforos, el panorama, en una palabra. Y repito, nada de pensar. Hay que cultivar un espíritu alerta o Zanshin. La verdad es que resulta placentero, se despeja la mente, se gana en consciencia y de paso… se acorta el tiempo. Esto sucede porque el tiempo se percibe solo en la mente y tal como disminuye el pensamiento, el tiempo (la sensación de) también.




Segunda regla: anticipación

Aunque no deja de formar parte de la prevención, la ANTICIPACIÓN no debe confundirse con ella, pues va mucho más lejos. Interviene el instinto unido al Zanshin. Desde el punto de vista psicológico parecerá una obsesión, pero tiene su base en el arte de la espada y da muchos y buenos frutos. Pero no es fácil de poner en práctica debido a los condicionamientos.

Lo primero es cumplir con lo que rezan las señales de tráfico, pero si hablamos de límites de velocidad, he aquí un ejemplo de anticipación. Cuando, yendo por autovía, me encuentro con tramos inesperados que varían en tope de velocidad, elijo la mínima. Con ligeras excepciones, cuando es seguro y el terreno está libre de “trampas”.

La anticipación, por otra parte, posee su elegancia e invita a la cortesía y la convivencia, pero sobre todo evita problemas, algunos de los cuales graves. Por eso cada vez que llego a un paso de cebra, lo rebaso como si fuera yo el que lo cruza a pie. Nunca pienso “me da tiempo”. Mi Zen no me permite dialogar, solo esperar.

Para más cortesía procuro ceder siempre el paso a otros vehículos y pensar que lo más probable es que si no lo hago se me traguen. ¿Paranoia? No lo sé, pero así se evitan muchos golpes. No hace mucho iba yo por una calle con absoluta preferencia; un coche venía por una calle a la izquierda (como un tren bala) y bajé un poco la velocidad por si acaso. En efecto, se saltó el stop, pero esto es lo importante: no colisionó conmigo gracias a mi paranoia.

Queda claro que la cortesía salva vidas y ciertas paranoias también. Muchas veces presiento que alguien que viene de cara en una carretera secundaria va demasiado rápido o distraído, de modo que reduzco mi velocidad, me arrimó más a la derecha y aumento mi alerta. ¡Menos mal! Exclama uno después de todo. 

En cuestión de ceder no hay que olvidarse de los ciclistas y considerarlos como coches o a veces como camiones, si van en grupo. En este sentido me da igual hacer una cola que cuatro. Cortesía aparte, nada de problemas. Y para no dejar a medias la anticipación ni qué decir tiene el considerar los semáforos en ámbar como rojo, salvo que te pille debajo mismo.



Tercera regla: la divina indiferencia

Esta es una expresión que sugiere el más alto grado de control, lo que hace que la adrenalina sea una balsa de aceite y que la concentración no se pierda. Cuando hay una disputa entre dos partes, ambas tienen siempre la razón. En serio, no conozco a nadie que no la tenga, por eso discutir es tentar al diablo de lo que uno no quiere que suceda. Sin embargo, lo que quiero resaltar aquí es más bien la provocación, una especie de cebo que nos roba la atención y mata la paz interior.

En ocasiones, un conductor nos toca el claxon, gesticula, nos grita y hasta nos insulta. Entonces, como uno tiene que defender su honra, reacciona… y por lo general bastante mal, tanto como su feroz oponente. Citaré de nuevo a Budha, antes de proseguir. Cuando alguien lo insultaba no aceptaba lo que consideraba un regalo. ¿A quién pertenece un regalo que no es aceptado? Le preguntó a un discípulo que no entendía su actitud.

Lo que yo hago es tan fácil como difícil. Una vez, un conductor me tocó el claxon, me gritó, me insulto, etc. Y mira por dónde que paramos juntos en un semáforo. Él continuó su monólogo perverso sin que yo lo mirase siquiera. Tan solo me giré para mirarlo una vez, sin soltar las manos del volante, sin hacer muecas, ni aspavientos; no dije nada, no hice nada.

Esta es una actitud indiferente que considero divina, y es una buena costumbre ponerla en práctica. Lo mejor de todo es no perder ocasión de ejercer el poder de la vía pacífica; es una puerta que libera la fuerza interior Ki.

Y una última anécdota. En una ocasión rocé la puerta de un coche, aparcando. Un hombre salió enfurecido, lanzándome algún que otro improperio. Pero antes de que su monstruo mental creciese, le pedí disculpas en un tono muy amable. Al principio, no parecía ceder a mi amabilidad, pero conforme íbamos rellenando el parte de accidente, su arrebato iba disminuyendo.

Le reiteré mis más sinceras disculpas varias veces y, al final, se calmó por completo. Después salió un tema de conversación distinto al del incidente y él quiso invitarme a una cerveza. ¿Acaso no es esto más saludable que acabar en una página de sucesos?

En cualquier caso, no des nunca a tu enemigo (supuesto) lo que espera de ti: tu atención y tu reacción. Es algo que aprendí hace mucho tiempo.




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