martes, 2 de julio de 2013

Escándalo cognitivo

Existen muchas clases de universos, pero especialmente uno que es el intelectual. Este se da, a su vez, en un tipo de hombre abandonado a la abstracción. El problema es que eso representa el mayor porcentaje y que la sociedad, el sistema, son tan abstractos como la puesta en escena de la inteligencia.

Por supuesto que no condeno el uso del intelecto, siendo este una ventaja humana, sino que lleguemos a creer que somos ángeles, no por ser bondadosos, sino por carecer de cuerpo, en tanto que no se considera otra opción que pensar compulsivamente.

El mundo se percibe en base a conceptos y cuanto más complicado mejor. Si se menciona la palabra naturalidad uno encoge los hombros, ¿de qué se trata? Si es la espontaneidad la que se pretende introducir en el mundo humano cualquiera puede preguntarse si se trata de una rara enfermedad.

Y no veas si hablamos de sensación o sencillez, ¿qué clase de maniático es el que se atreve a pronunciar tales palabras? Se parecen a la palabra libertad, la cual no se entiende fuera del marco político. Un hombre libre será un extravagante a los ojos de los demás, y no en vano, porque pocos han experimentado el ser libres. Hum, somos civilizados.

¿Para qué entonces ocuparse de la vida? Esta se ha convertido en un proceso industrial, una ingeniería global. ¿Quién va a comprobar si está vivo o muerto? El sistema se ocupa de ello. Es por supuesto el sistema geométrico. Para unos es malvado, para algunos es anodino y para otros benévolo, imprescindible e incluso divino.

En cualquier caso las personas viven insatisfechas, preocupadas, colmadas de trivialidades, entre reyertas, reprimidas, co-dependientes, con la incógnita de cómo vivir. Algo impensable para una lagartija o un pájaro.

Así pues, necesitamos un estudio riguroso para vivir: esto sí, esto no; alguien ha de decirnos la cantidad de líquido a absorber, de qué ha de estar compuesta la comida y un largo etcétera. En este referente poco importan los sabores y el apetito, se ingiere pura química que no sabe a nada. Pero si se dice que es lo correcto no se dudará de ello, pues incluso qué ha de creer uno les es dado en bandeja, por ejemplo, si los especialistas dicen que hace calor, aunque haga frío sentiremos calor.

Al fin y al cabo, ¿qué va a saber un albañil de fisiología? La ironía dice que tampoco su cuerpo ni el de una vaca. La ciencia es de los especialistas, dudar de si esta es una tiranía o no, es una cuestión propia de torpones, locos o rebeldes sin causa. Aunque nos preguntemos ¿quién va a ir al retrete sin ayuda? ¿Y pensar?

Todo está prediseñado, de manera que el individuo no es nada. En todo caso se pueden hacer valer las credenciales o las pruebas científicas, solo que vuelve a haber otro inconveniente, y es que existen muchas ciencias, tantas como individuos. Decir que solo hay una verdadera la convierte en una dictadura que pasa desapercibida. Es algo similar a la lógica, ¿cuál es la verdadera? ¿La tuya o la mía? Se parece a si la humanidad es o no humana.

Sin embargo, que se tranquilicen los rebeldes, pues no son las personas las responsables de la falta de humanidad, sino el sistema, la geometría que ha cobrado vida por sí misma. Lo controla todo; pero ¿cómo se ha llegado a esto?

En todos los estratos sociales se manifiesta el concepto, la idea, el método, la verdad, la ley, el superlativo de la razón en definitiva. Sin embargo, tenemos que elegir entre dos realidades: la de ser un mero engranaje de la maquinaria social o ser un individuo que forma un todo en el Universo. Pero iré más lejos, el individuo es el Universo.

Claro que, no podrá concebirse esto sin la oportunidad de desarrollarnos como individuos, algo que pertenece ya al pleistoceno. Semejante oportunidad se nos advierte como un peligro, una imperfección e incluso una infracción.

El caso es que el origen de todo está en una energía de naturaleza conflictiva. Se vuelve así una vez el hombre se yergue, una cualidad relacionada con la inteligencia, pero que representa un serio problema: el de que dicha energía se descontrole, se vuelva en nuestra contra y se asiente en el cerebro, fundamentalmente. Para bien y para mal.

En resumen, que el ser humano deja de ser humano, mamífero, animal, y hasta ser vivo, para convertirse en una máquina. De hecho, para crear la máquina perfecta se coteja con el ser humano y para crear al ser perfecto se recurre a la máquina, y el nexo de unión entre ambos es la genética.

¡Dios nos libre de ella! Pero no va a librarnos por las buenas, pues el libre albedrío tiene que ser respetado aunque raye la demencia. Claro que, si se dice que es bueno no hay más que hablar. No tenemos credenciales ni pruebas que aportar al sistema geométrico. Somos tan ignorantes como la naturaleza.




Ahora bien, no sabiendo apenas nada de lo que está ocurriendo ahora en el propio cuerpo, sí conocemos la vasta nomenclatura de enfermedades y en especial sus novedades. Crecen día a día igual que la informática, la automovilística o la telefonía móvil.

¿Pero es esto posible? ¿Tan torpe es la naturaleza? Seguramente ya no queden otros mamíferos en la superficie terrestre debido a este desconocimiento... o quizá estén libres de estas fatalidades debido a lo mismo.

En un punto más elevado puede que nos encontremos con la serenidad, la paz o el amor. Ignoramos qué clase de credenciales o pruebas han de aportarse. Si no las aportas, las añadirán a tu currículo de hombre-máquina. Entonces, no será el espíritu el que aflore, sino una cuestión de química. La máquina es el dios del planeta Tierra. El carburante el dinero. El hombre, un objeto de compra-venta.

La energía se nos colapsa en el cerebro, como he dicho. Enfermedades, crisis financieras, corrupciones, guerras, neurosis, psicopatías de toda índole, absurdos por doquier... El hombre no puede digerir bien la energía vital. Es como si hiciésemos engullir a un recién nacido un plato de ostras. El adulto medio todavía lo es en cuanto a inteligencia, la cual se expresa bien en el hacer pero no en la sensatez. En este sentido vamos a peor creyendo lo contrario.

Resulta difícil vivir entonces. Sirva de ejemplo cualquier aspecto de la vida cotidiana, por ejemplo estudiar, que llega a ser tan complicado como dedicarse a la astronáutica. Lo mismo ocurre con trabajar, conducir, crear una familia, conseguir una vivienda, mantener relaciones sociales cordiales, hacer deporte, viajar, escribir, pintar... cualquier cosa. Estamos sometidos a la ingeniería inhibidora de la consciencia humana, tan fría como un témpano.

Vivimos sobreprotegidos, custodiados y prisioneros. Pero la buena noticia es que el tirano está en el interior, en el pensamiento, en la idea, no tanto en el exterior. El exterior cuenta siempre con este aliado; sin él pierde su fuerza. Por consiguiente, uno debe hacer consciente toda su vida y aprender a discernir, pensar por sí mismo y ser más libre interiormente.

Dice Alexis Carrel que la idea no es propiedad de nadie. En efecto, una idea puede ir de aquí para allá. Puede crearse, prestarse, instalarse, manipularse, utilizarse como cebo, etc. La cuestión es qué vamos hacer nosotros con las ideas prestadas y si vamos a ser capaces de tener alguna propia que no esté en el catálogo. Pero si somos capaces de cambiarlas eso indicaría que la inteligencia no está tan atascada.

En caso contrario no quedará más remedio que salvaguardar una vida feliz, de servidumbre y consumo fútil. No obstante, uno se consume a sí mismo, muere comprobando al final de su vida que no ha vivido. Se ha negado a sí mismo, lo cual es idéntico a haber negado la naturaleza al tratar de sondearla.

Algunas mentes brillantes han concluido en que la raza humana ha tomado la dirección hacia un punto sin retorno, un abismo, un agujero negro, hace apenas unas décadas. Pues bien, yo creo que ya hemos llegado; estamos literalmente cayendo, de manera que ahora la cuestión es saber cuándo vamos a tocar fondo. A pesar de todo, aun cuando las posibilidades de retorno sean remotas, puede que todavía estemos a tiempo de prestar menos atención a la mente geométrica y restaurar la mente pura, por así decirlo.

Esta es aquella que se mantiene en un cielo azul permanente, al margen de dichas y desdichas. Incólume a los quebraderos de cabeza que nos obligan a convertir la vida natural en un dibujo técnico, trazado con líneas de dualidad extrema.

Tenemos un ego que proyecta sobre los demás lo que no soporta de sí mismo. Es una mente que no controlamos y que nos controla. Imaginemos a tal ego inmerso en medio de tantas complicaciones. Y sí, estamos rodeados de villanos, uno teme al mal, no sin razón. Pero quizá deba temer también al bien, pues a veces es el nombre que se le pone a ciertos males a través del engaño.

A la par, no siempre se sabe de qué está compuesto; a veces de tóxicos en forma de afirmaciones y negaciones, complicaciones y consecuencias fatales, ya sean corrupciones, violencia, suicidios o cualquier otro tipo de vileza o insensatez humana. Ocurren cuando la energía bulle en la cabeza y la geometría nos falla. Harto cansino de experimentar cada día.

Por eso, si deseamos un cambio hemos de poner la atención en el mal que llevamos dentro, no en el de fuera. La tarea de limpieza es interior. Si no se hace así, la vida humana continuará limitándose a la repetición. Por los siglos de los siglos. No es una cuestión de buenos o malos, sino de todos.

Por lo demás, ¿qué podría decir para que no se pierda la esperanza? Sé natural, amigo mío. Sé humano, sé. De vez en cuando haz callar tu mente y mira, observa, siente que estás vivo... siente la grandeza de tu universo interior. Acércate a la orilla de un río y observa el agua que discurre y los juncos que se mecen.

¡Eh! Que es la crema de la crema. Eso te señalará el camino a seguir. Pero cuidado, que educarse en la naturaleza podría ser un escándalo cognitivo para el hombre-máquina que piensa desde el sistema geométrico.

domingo, 19 de mayo de 2013

Un toque de meditación

Que nadie quiera cambiar el mundo; la especie humana, en conjunto, no tiene remedio. Pero el individuo sí… tú sí. Un medio es meditar, y volverse natural y sencillo. Así que, daré aquí un poco de información para quienes no hayan empezado todavía.

¿Por qué meditar? La mente siempre está trabajando por encima de sus funciones naturales, de modo que no vemos la luna, sino el dedo que la señala, porque es ahí donde miramos, al dedo. El dedo simboliza los problemas, las distracciones, las creencias, las opiniones, las palabras y un largo etcétera, lo cual no depara más que tensiones y disgustos. El ser humano se encuentra casi paralizado a nivel de sensibilidad y capacidad para vivir. Vivir, al mismo tiempo, resulta extraño a los ojos de los civilizados, tan pendientes de cómo hacerlo, con la excusa de ser felices y no ser desgraciados.

Sin embargo, si uno mira directamente a la luna, siguiendo con la metáfora, se podrá decir que habrá dejado de mirar y no ver. Para ello, lo único que se necesita es la calma. La cual sobreviene una vez que el amasijo de pensamientos copiosos deja de hervir en la cabeza. En otras palabras, no dividas las cosas a base de pensamientos, y ¿acaso no quiere uno ser feliz? ¿Con qué? ¿Cómo? Siendo que la felicidad no existe, más que en el marco de la vanidad y de la codicia, pero únicamente es una "repetición" de lo fugaz, yendo de Herodes a Pilatos, sin cesar. Ese más de lo mismo que los seres humanos adoramos tanto.

El hombre busca la felicidad, pero no la encuentra porque es una experiencia subjetiva; entonces la planifica y le da un sentido de progreso. El caso es que si consigues lo que quieres te sientes feliz, pero por muy poco tiempo; y las cosas son temporales, pero uno lo olvida, de modo que cuando las circunstancias nos lo recuerdan la felicidad se vuelve frustración. La misma que si no consigues lo que quieres o no logras evitar lo que no quieres. ¡Vaya lío!

Respira hondo y observa que el día y la noche se suceden, así como las estaciones y las mareas suben y bajan. Si se ven por separado estaremos mirando el dedo, pero si se ven en conjunto la luna será gozosa. En otras palabras, que la calma se establecerá en uno mismo. Nada de prisas ni seriedad. Necesitamos sencillez, espontaneidad e incluso ingenuidad, pase lo que pase, y sean cuales sean las circunstancias.

Si dejas de preocuparte por inquietudes que dividen el "yo" y el "tú", el bien y el mal, qué hacer y qué no, e incluso adversidad y dicha o vida y muerte, entonces surgirá un pensar y un hacer fluidos. En verdad, la dicha surge de la nada. Si surge de otro lado es ilusoria.

¿Cómo meditar? Se puede usar un cojín o zafu, como los utilizados en el Zen. Te sientas sobre el cojín con las piernas cruzadas, de manera que las rodillas toquen el suelo y la espalda esté recta. Las manos se colocan sobre el regazo; la mano izquierda sobre la derecha, con ambas palmas vueltas hacia arriba y los pulgares tocándose.

Los ojos están entreabiertos, mirando a un punto fijo a cuarenta y cinco grados hacia el suelo. A continuación se cuentan exhalaciones… del uno al diez. Y se empieza de nuevo. Si te pasas de la cuenta no pasa nada, vuelves a contar desde uno.

¿Qué hacer con los pensamientos? Por supuesto no hay que dedicarse a pensar, pero tampoco hay que luchar contra ellos y acabar neuróticos. Se les deja pasar como si fueran nubes vistas desde la ventanilla de un avión, o como los pájaros. Simplemente, no te entretienes con ellos. Van y vienen, pero no se quedan a darnos la lata.

Por otra parte, ideas y más ideas no sirven de nada, siempre lo digo. Pero si se llevan a la práctica es otra cosa… Y despertar no es nada raro, únicamente estar alerta, concentrados. Sin embargo, de lo que se trata es de hacer consciente lo inconsciente, pues ahí está lo que necesitamos recuperar, por una parte, y desechar por otra.

¿Qué puede esperarse de un ser que mira y no ve? Si uno es desagraciado no puede ver nada, y si es aparentemente feliz, tampoco. Por eso hay que hacer equilibrios entre ambas cosas y ver en qué consiste la vida y lo que nos rodea, incluida la gente. Por supuesto conviene ver o, mejor dicho, sentir el cuerpo. Cabe incluir la respiración o el propio espíritu, que viene a ser lo mismo. Ni qué decir tiene, el cuerpo y espíritu ajeno, o el espíritu de todo cuanto nos rodea, aunque parezca cosa de salvajes.




Daré a continuación algunas ideas de las que he puesto en práctica. Parecen chorradas, pero obligan a sudar lo suyo y, como suelo decir, hay que tener siempre a mano una buena provisión de toallas para arrojar al cuadrilátero de la desesperación. Claro que, si se terminan las toallas, habrá que recogerlas del suelo y reutilizarlas.

1. Hacer una lista de los pensamientos y actos egoístas de uno mismo (los del vecino de al lado NO sirven)

2. Observar (ver y escuchar) sin opinar.

3. No escoger (mentalmente) entre las cosas agradables y desagradables con las que nos encontramos a diario. Tener que escoger algo por el acto es algo distinto.

4. Usar poco la palabra NO; en vez de decir "no quiero ir", es mejor decir "prefiero quedarme"

5. Hacer una lista de creencias "incambiables" para ver cómo está construida la jaula en la que uno vive.

6. Observar qué hace y dice la gente, cómo se mueve, como camina, etc. Por supuesto, sin enjuiciar nada, ni mucho menos sacar conclusiones para tesis doctorales.

7. Comer al comer, y defecar al defecar, como dice un maestro Zen. Es decir, estar concentrado en lo que uno hace, dice y siente.

8. Observar los pensamientos, sentados desde una grada, como si fueran caballos que corren. No ponerse en medio para ser pisoteados… por los pensamientos.

9. Aparcar los problemas en el garaje mental.

10. Meditar mucho, que la mente parece un puchero con caldo en ebullición, y hay que enfriarlo.

Temas relacionados: "La dieta de los 3 budas" y "Un dios en el bolsillo".